
Lo que es muy notorio en estos primeros textos es que tus pensamientos, tu mundo, están volcados hacia el interior, la reflexión, la práctica espiritual, cuestiones sobre la verdadera naturaleza. Esto, desde luego, es un muy buen ejercicio y no hay duda de que llevar un registro de los “sucesos internos” puede ser sumamente provechoso. Pero también existe un mundo allí afuera y, a veces, cuando estamos demasiado ensimismados en nuestros asuntos internos, a pesar de que ahí hay una llave para el crecimiento, descuidamos cosas tan elementales como la belleza del mundo: los árboles, el cielo, los atardeceres, el mar, si tienes la inmensa fortuna de estar cerca de él. Quizá puede ser interesante intentar prestar más atención a lo exterior o, en todo caso, integrarlo como parte de una práctica contemplativa, de una deleitación estética.