
La libertad y la búsqueda, o la búsqueda de la libertad, que parece aquí coincidir con la espontaneidad de los sentidos y con la comprensión del sentido mismo de la vida.
El texto deja ver que buscar y encontrar guardan entre sí una relación tensa. De un lado, parece que encontrar exige buscar; de otro, buscar parece anular la posibilidad misma de encontrar, y esto se desliza en la idea de que la libertad ya está en ti. ¿Por qué habrías de buscar lo que ya tienes? Tal vez porque, te cito, no sabes que lo tienes, que la libertad ya está en ti. Sí, es posible, no sabes, en el sentido de que aún no lo constatas cabalmente, pero al mismo tiempo lo sospechas, lo intuyes y, en cierto modo, lo sabes.
¿Qué es, entonces, la libertad, si es algo que ya está en ti, aunque de manera, digamos, borrosa? ¿En qué consiste esta libertad que puede ser vislumbrada cuando los sentidos están abiertos? Por lo pronto, en una especie de apertura, que no es sólo la de los sentidos, sino de aquella disposición interior que, de no estar abierta, impide que los sentidos perciban cabalmente lo que es tal como es. ¿Y de qué está “hecha” esta disposición interna? ¿Qué es lo que hace que un estado mental pueda no estar “abierto”, sino que tienda a una opacidad o una clausura? Los juicios y prejuicios, las creencias infundadas, las interpretaciones que se dan por hechas sin haber sido cuestionadas, los condicionamientos inconscientes, las identificaciones con esto o aquello en términos de un yo: “Yo soy así”, “Yo no soy así”. Pero entonces, la libertad es fundamentalmente una libertad de le mente, como quieren el budismo y los estoicos: una mente totalmente incondicionada, espontánea, capaz de responder ante lo que se le presenta sin darlo por hecho, en su irrepetible singularidad, con total habilidad en cada caso, sin clausurarlo a través de un juicio.
¿No será esto también vivir?