
Encuentro un claro denominador común en casi todos los textos, que quisiera llamar “dejarse ir”, o también, “entregarse”. En este dejarse ir es posible la atención flotante y quizá lo sea porque el fuego sigue ahí, a modo de centro, de ese centro que invocas en el cuarto día. También hay un dejarse ir, un entregarse a la tierra en el hecho de sentirte enraizada, así sea en una maceta portátil: también allí se trata de la tierra y no hay modo de enraizarse como no sea entregándose. Esto mismo puede decirse de las estaciones de la tierra, particularmente del invierno, de entregarse a ese momento de máxima contracción (sístole) que es el invierno sin oponer una resistencia necia, sin añorar el verano o querer apurar la primavera. El caracol “deja ir” casi dos terceras partes de su cuerpo y es su modo de entregarse al invierno.
Pero donde me parece todo esto más elocuente es en ese abismarse al que haces alusión en relación al butoh, en esa resignificación de lo que es caerse, no como una torpeza o un yerro, sino, precisamente, como un poder entregarse, dejarse ir. Si uno/a es capaz de entregarse a su cuerpo, a sus sentimientos, a la tierra, a lo que deparen las estaciones, sin temor, de manera total, con perfecta aceptación, también es capaz de entregarse así a la vida misma.
¿No es esto el Amor?