
Qué bueno todo lo que descubriste aquí, Karen. No son asuntos menores: que lo aparentemente monótono, presenta siempre una riqueza insospechada; que esa riqueza está en parte en las variaciones que sufren todas las cosas, de las que las nubes, por su propia evanescencia, son un ejemplo eminente, pero también y sobre todo en tu propia mirada, en la imaginación, en la actitud curiosa, en la posible historia que podrías trazar de la señora mayor y el chico joven, en las asociaciones, como la que hiciste entre las nubes y el algodón que comías de niña y de ahí al recuerdo, a la memoria, volver a ser por un momento niña, mirando por la ventana; y también la riqueza de la reflexión, de la humildad ante lo magnánimo del universo, que sólo puede apreciarse si lo observamos, la pregunta sobre nuestra dimensión: ¿somos esta cosa pequeñita? ¿somos el cosmos de alguna manera? Estas preguntas estaban en cierto modo más o menos cifradas en tu texto anterior, pero aquí adquieren mayor profundidad.
Me gustó mucho leer todo lo que viviste y pensaste frente a esa ventana que parecía anodina y te reveló un mundo. Que no se quede aquí. Que la capacidad de observar, de detenerse y contemplar aun lo que no parece digno de ser observado siga más allá de este ejercicio.