
Es un texto sobre la memoria, desde la memoria, como sugiere el título, pero mi impresión es que el asunto que está en juego aquí es algo de una importancia fundamental y no siempre valorado en su justa medida, algo que hace la vida deseable y amable: la belleza. Platón decía que lo Bello era el reflejo sensual (sensorial) del Bien y, a pesar de que la idea es antigua, tiene para mí pleno sentido. Por eso es que guardas esta ventana, y toda la memoria que ella porta, en tu corazón: porque a través de ella, no sólo sentías el pulso de la vida en el río o el mar, sino que el encuentro con la ventana, con la luz, el sol, la acuosidad y sus misteriosos ritmos, era también un encuentro con esa belleza que te hace calificar aquel espacio de paradisíaco; esa belleza que los barcos ignoran, pero que a ti te conmueve, aún hoy, hasta la última fibra, porque lo Bello hace manifiesto, como bien dices, algo relativo al Amor. ¿Qué es eso? ¿Por qué sentimos amor al contemplar lo bello? Quizá porque sabemos que es fugaz, que se da únicamente en el encuentro de una serie de condiciones que sólo confluyen esporádicamente; porque lo bello es como un desocultamiento, un mostrarse de algo que estaba velado, como en las imágenes orientales, muy proverbialmente en la pintura zen, donde la montaña se ve y no se ve, se muestra y se oculta bajo la bruma. Así, en parte, se manifiesta la belleza y, cuando lo hace, nos sentimos agraciados, tal y como concluyes tu texto, “¡Gracias, gracias, mil veces gracias!”, porque el carácter mismo de lo bello es ser una Gracia, una ofrenda para aquellos ojos, oídos, piel, en suma, para aquella sensibilidad dispuesta a acogerla. Un bello texto sobre lo bello. Pude sentir un poquito de aquel paraíso y por eso no puedo menos que también dar las gracias.