
Entiendo tu frustración, Rolando. Pero observa tu lenguaje: cumplir con el deber. Dices que antes la docencia era uno de tus medios de autorrealización. ¿Dónde quedó eso? Deber y vocación son dos lógicas que tienen poco en común. La vocación tiene que ver con la voz, con un in-vocar (invocare) o ser invocado, es decir, LLAMADO. De ese llamado surge el DESEO de responder y así la responsabilidad es esa respuesta que va en pos del llamado de un modo que no tiene nada que ver con una deuda. El deber, en cambio, supone una deuda: te debo tanto, debo hacer tal cosa. Por supuesto que puede haber satisfacción en el deber cumplido, una satisfacción moral, una cierta complacencia de uno consigo mismo por el hecho de haber conquistado o logrado algo. Pero en el deber hay esfuerzo y fatiga, mientras que en la vocación hay algo más cercano al amor, donde el esfuerzo, si es requerido, jamás es tan pesaroso.
Hecho este breve preámbulo, me parece importante preguntar qué es lo que está en juego en tu labor como docente, ¿la vocación o el deber? Intenta explorar esto con entera honestidad. ¿Realmente la autorrealización se ha vista despojada por la virtualidad de las clases? ¿Dónde ha quedado el llamado en todo esto? ¿Puede la modalidad sofocar ese llamado? Y si es así, ¿qué dice esto sobre el llamado mismo?
Considera todo esto con detenimiento. Lo que yo he visto en la Facultad de Filosofía es que muchos colegas acaban domesticados por las lógicas burocráticas y la vocación original, silvestre, el llamado mismo de la filosofía termina sepultado bajo cuestiones administrativas, papeleos, papers escritos con la asepsia de un artículo de física nuclear, etcétera, etcétera.