
Eres la jacaranda colgante y el racimo de otoño y la palmera, eres el atardecer y el canto de las aves, pero ¿cómo es que eres todo eso?
Dices antes: “Todo está y no está; es el significado que le doy. ¿Cómo quiero mirarlo? ¿Lo miro solo con mis ojos o con todos mis sentidos?”. Hay verdad en esto. ¿Qué sería percibir con todos los sentidos? En budismo se dice que la mente también es un sentido, porque, lo mismo que los ojos o la piel, ésta hace aparecer algo; en este caso, pensamientos, recuerdos, figuras imaginarias, etc. ¿Qué debe pasar con los sentidos, nuestras ventanas al mundo (y todo esto es, a fin de cuentas, sobre las ventanas al mundo), incluyendo nuestra mente, para volvernos el cosmos? Damos significados, es cierto, pero el SENTIDO, ¿lo damos nosotros? ¿O será que, precisamente, cuando cesa todo deseo de apropiación, todo atribución de significado, y la mente y todos los sentidos están completamente receptivos y abiertos, sólo ahí comparece ese sentido superior que nos envuelve y atraviesa y entonces somos la jacaranda, la palmera y el universo entero?
Es verdad que no deja de haber movimiento en el momento de mayor quietud. Pero dicen los que han atravesado hasta la otra orilla -donde no hay sufrimiento- que, para alcanzar esa otra orilla, donde somos el océano, además de esta pequeña ola, es preciso aquietar la mente de manera total y absoluta. Entonces -dicen-, ya no hay más ventanas, no más adentro y afuera, no más yo.
Te abrazo como la mariposa.