
Qué hermoso texto, me ha transportado a ese paisaje intensamente frondoso, que emerge y se oculta de la bruma con un halo de misterio. Me recuerda a la opacidad deliberada de las pinturas zen, donde el carácter neblinoso es una parte esencial, porque da cuenta de la relación misma con lo bello y lo verdadero. La belleza surge del encuentro, a menudo inesperado, entre una subjetividad atenta y algo que por un momento se desoculta, se deja ver; de ahí que sea fugaz. La verdad, lo mismo, se intuye en esa “nube del no-saber”, por citar un hermoso texto de la mística cristiana. En este marco feérico, como bien dices, surgen meditaciones muy provechosas. La relación con tu nieta, la constatación de tu indudable estoicismo, la afirmación de tu virtud, la impermanencia de todo lo que es, la muerte, como parte de la impermanencia y el reciclaje de la propia naturaleza, tan deslumbrantemente eficiente. Es un texto muy bello, porque reúne diversos registros: la descripción poética, la imaginación y lo fantástico, la reflexión filosófica. ¿No es maravilloso cómo, a la hora de escribir sobre lo que vemos a través de la ventana, acabamos escribiendo sobre nosotros mismos?
Te felicito, Sofía, gracias por estas bellas líneas.