
El brotar de algo, ese cándido amanecer al mundo surgido en un espacio pequeño y calmo: de ahí surge toda nutrición; conversar es nutrir y nutrirse, es hacer brotar o permitir que brote algo en el “entre” de quienes conversan. Es verdad que a veces, por empeñoso que sea el cultivo, la cosecha no siempre está a la altura. Pero, bien observas, de uno depende el cultivo, no el fruto de ese cultivo (aunque cultivar ya es en cierto modo el fruto). Esta disposición, efectivamente calmosa, garantiza en cierto modo la ausencia de miedo o el desgarro propio de la compulsión. Prefiero esto o aquello, y en este sentido, y en esta medida, lo quiero, quiero esto o aquello. Pero si he hecho lo que está en mis manos con vistas a obtenerlo, y las condiciones lo impiden, ¿por qué habría de sentir que es un mal para mí? Puedo reposar (como en una suave pelambre mullida) en que he sido cabal, en que no hay falta ni falla: “La acción perfecta no deja huella”, dice el Tao Te King. Entonces, ¿por qué temer si no sucede? Si, en lugar de poner el mayor querer en que suceda o no suceda algo, lo pongo en mi disposición interior, en mis palabras y acciones, ¿qué puedo temer?
También este escrito tuyo es ya un brote, surgido de un espacio de concentración y calma; un espacio para cultivar y reposar; un espacio que ya anuncia el enramado por venir en su última línea. Es magnífico que hayas comenzado a labrar este jardincillo. Estoy seguro de que te dará una tierra, es decir, un fundamento.