
Es cierto, hay un reducto íntimo que en general no dejamos ver hacia fuera y esto tiene sentido, porque esa intimidad es como un fuego sagrado que debe protegerse. Cuando esto no sucede y la intimidad es expuesta, hay algo impúdico en esto, tanto para quien realiza esta ostentación como para quienes la atestiguan. No puedo no pensar que lo que sucede en las redes sociales es justamente esto: la intimidad, eso que en cierto sentido debiera ser protegido como se protege lo sagrado, es expuesto del modo más vulgar y entonces, por así decir, se profana. El pudor sería, en este sentido, aquella virtud relativa a la conservación de lo sagrado/íntimo.
Y sin embargo, no habría que dejar de considerar que este pudor, esta lúcida reserva, no debería ser una excusa para una introversión excesiva. ¿Cuándo es excesiva? No hay reglas en esto. Hay temperamentos más introvertidos o más extrovertidos y hay momentos vitales de contracción (sístole) o expansión (diástole). Pero quizá es pensable que adentro y afuera son, en cierto modo, ilusiones y que hay un modo en el que, sin tener que ocultar nada, tampoco hay ostentación o impudicia. ¿Existe la posibilidad de ser transparentes como el cristal de una ventana, de estar tan profundamente integrados en lo que es que la frontera se desdibuje, sin que esto constituya, por supuesto, una despersonalización patológica, sino, al contrario, una realización humana completa?