
El humor, del que eres tú una diestra hacedora, abre esa posibilidad de decir aquello que, de otro modo, quedaría sofocado por la censura y eso vale tanto para el bufón de la corte como para las cosas que uno se dice a sí mismo. Aquí revelas, te revelas con humor cuestiones difíciles. Pero has tenido el valor de hacerlo, entonces voy a intentar elaborar contigo estos asuntos.
Algo importante del primer espectro, “la muy muy”, es que tanto éste como su contrario son falsos. No es que ser muy muy es falso, espectral y, una vez que cae esa ilusión, se revela la “verdad”, es decir, el otro extremo, el de sentirte tonta. No: el otro extremo, el extremo que te devalúa es tan espectral y falso como el primero. ¿Cómo evitar esa pendulación de lo muy muy a lo poquito y nada? Tú lo sabes mejor que nadie: ¡con humor! La posibilidad de reírte DEL espectro (y no que el espectro se ría de ti) cuando se aparece es un modo de disolverlo y tirarlo al lago. ¿No es gracioso que uno se crea importante siendo mortal y efímero? ¿No hay algo risible en esto? Y sin embargo, el reírnos de nosotros mismos no tiene por qué entrañar humillación (auto-humillación). Podemos reírnos con ternura de nuestras cosas, como nos reiríamos de un niño cuando hace una declaración demasiado solemne, demasiado adulta, es decir, muy muy algo, y nos parece graciosa su afectación. Es igual, exactamente igual cuando nos creemos cosas: sólo estamos siendo ingenuos, no hay ninguna necesidad de castigarnos por ello. Recuerdo que hace ya algunos años empecé una novela que terminé cinco años y medio después; la escribí con mucho esfuerzo. Tiempo después de haberla terminado, leí, no recuerdo a santo de qué, un capítulo y me pareció malo. En ese momento me dije: “He destinado cinco años y medio de intensivo trabajo en escribir una novela mediocre” y me vino una risa tan profunda y festiva, me pareció de golpe tan cómico, tan irónico venir a concluir eso, que esa gran carcajada me liberó de si era muy muy buena o una porquería de novela. Desde entonces me siento notablemente más libre. (La novela no es mediocre, tampoco es maravillosa, no es muy muy ni poca cosa, fue sólo la impresión del momento).
En cuanto al segundo espectro, dices algo sumamente duro: que tu dolor no vale, o en todo caso, vale menos que el dolor de otras personas. ¿Por qué? ¿Cuáles son los juicios que, inconscientemente, anticipas de los otros o de ti misma en relación a exponer tu tristeza? ¿Manifestar tristeza supone manifestar debilidad y eso, sientes, te devalúa, porque “hay que ser fuerte”? ¿O hay alguna figura introyectada que condenaría esto? Pero la única fortaleza es abrir el corazón. La invulnerabilidad sólo se da cuando tenemos el corazón totalmente abierto. Un corazón cerrado es frágil, está adolorido. Un corazón abierto está conectado con todo y con todos, si manifiesta tristeza, esa tristeza se disuelve en el hecho mismo de manifestarse, como se disuelve algo en el oceáno. Un corazón abierto, precisamente por esta apertura que le hace sentirse conectado, permite, sin miedo, que surja lo que sea que tenga que surgir, lo deja ser. Entonces, el desafío es abrir el corazón. ¿Cómo hacerlo? En algún espacio seguro, donde tú te sientas segura de poder abrirte sin ser juzgada y poco a poco comiences a experimentar la aceptación de todo lo que hay en ti y fuera de ti sin cortapisas.