
Congoja, dolor, incertidumbre, hacer lo que nos dicen, ausencia de sentido.
Si observas, de la enumeración que haces bajo la idea de “haceres” que nos dictan otros, algunos no pueden realmente entrar en esta categoría. No es posible amar porque otros nos digan que debemos hacerlo, ni sentir por el mero hecho de que alguien nos exhorte a ello (pues el sentir no es un hacer) ni tampoco descansar realmente, que supone la suspensión de todo hacer, cuando es el deseo de otros que descansemos. Y sin embargo, y esto es lo importante, tienes la impresión de que actúas bajo el deseo de otros. ¿No es esto -además, claro, del duelo que se adivina en tus versos-, lo que origina el sinsentido? La vida se vuelve significativa cuando podemos dar expresión cabal a nuestro propio deseo y esto es algo que no siempre sucede. Pero tú estás detectando algo tremendamente importante, pues de esta consciencia de no estar inscrita en tu propio deseo surge, entonces, la inquietud de comenzar a investigar en ello. Es, insisto, una investigación MUY IMPORTANTE. En esto se juega que tu vida tenga un sentido fuerte y bien fundado para ti misma, que sea excitante lo que te depare el día, aun cuando pueda haber incertidumbre. Esto es quizá lo fundamental que quisiera decir en relación a tu texto.
En cuando a la línea entre lo íntimo, lo personal y lo que se puede o debe compartir, es una observación aguda, porque ahora, con las redes, esas fronteras se han desdibujado por completo. Y sin embargo, existe una intimidad profunda, casi diría sagrada, que es preciso proteger. Es en cierto modo el templo de cada quien, allí donde uno se permite abrirse por completo ante sí mismo o ante una persona que acompañe el proceso (o ante Dios, para quien abrigue esa fe) y dejar que emerja libremente lo que sea que tenga que emerger, y mantenerse ahí, atento, contemplativo. Este espacio seguro y último es lo íntimo inexpugnable, un poco como el Sanctum Sanctorum o el arca sagrada que se defendía con la vida misma. Labrar ese espacio es fundamental.
En cuanto a compartir, ¿es un deber? ¿Se origina en un debe, una deuda? ¿También compartir emana de lo que nos dicen que tenemos que hacer? ¿O, al contrario, el compartir viene de una fuente más profunda, una fuente que está más allá del deber, la deuda, la transacción del toma y daca? ¿No viene el genuino compartir, es decir, el ofrendar u ofrendarse de ese lugar del que las palabras y los actos BROTAN con una espontaneidad sin cálculo? ¿Y no es esto el amor?