
Con tu honda sensibilidad y en la etapa de vida que te toca, se superponen las inquietudes relativas a lo incierto y lo efímero. Tampoco el Ajusco es eterno, ni siquiera puede asegurarse que sea tan durable como la Tierra, si es que nuestra imbecilidad no acaba con ella más o menos pronto. Lo que hace millones de años eran picos montañosos, están ahora bajo el mar, erosionados; la forma de los continentes no es la que fue mucho tiempo atrás. Tú y yo y cualquier persona, lo mismo que el Ajusco, que las estrellas y las galaxias, somos manifestaciones efímeras de la vida. Recuerdo aquel hermoso fragmento de Marco Aurelio, que se acerca al haiku y que dice algo así como: “Muchos granos de incienso en el mismo altar. Unos se queman antes, otros después, no importa”. Nosotros nos quemaremos antes que el Sol se extinga, pero también el sol, como un grano de incienso posterior, acabará consumiéndose. Esto, precisamente, no es lo incierto, sino lo único cierto. De la movilidad incesante de todo lo que es surge la posibilidad misma de la Belleza, como un momento efímero donde quien contempla y lo contemplado de golpe se tocan, se desdibujan, son casi uno: un crepúsculo hermoso, un claro de bosque, un momento en el mar, la sonrisa que aflora en un rostro, la inclinación de la luz que deja ver sombras con siluetas curiosas, etc. También el presentimiento de que alguien, a lo lejos, al calor de una de esas lucecitas, te piensa o presiente, como tú a esa persona. Esos encuentros, esos acontecimientos efímeros, son precisamente el carácter mismo de lo Bello, que nunca es perenne, sino que se da bajo la forma de un acontecimiento: sucede, acaece. También el mostrarse y ocultarse alternativo de una montaña entre la bruma ha sido motivo recurrente de este tipo de acontecimientos que llamamos belleza, como en las imágenes del Monte Fuji, en Japón, o como el Ajusto, aquí en México.
La bruma, tan misteriosa, que tú analogas con el futuro: ¡exacto! Estrictamente hablando, ¿qué sabemos? Aristóteles, en un viejo tratado, se pregunta si podemos tener certeza absoluta de que mañana saldrá el sol. Desde luego que no. ¿Quién hubiera previsto que estaríamos hoy en pandemia? No sabemos nada y ese no-saber, como dice un hermoso libro (La nube del no saber, escrita por un místico inglés en el s. XIV) es el ámbito mismo de la vida. Poder vivir en el no saber, sabiendo que no sabemos, movernos hábilmente en esa nube, sin esperar certezas, abiertos a lo que el tiempo traiga o depare, de eso se trata la aceptación que Alicia, tu amiga, ha cultivado; también la paciencia. Yo diría que de eso se trata el amor: de quererlo todo, de estar abiertos, entregados a lo que el tiempo traiga. Nietzsche le llamó Amor fati, amar el destino.