
Quizá algo interesante sea observar qué tienen en común estos tres espectros, en apariencia, tan distintos. Yo diría que ese factor común es la distancia, o, como dices muy bien, la muralla. Más aún: “ellos” SON las murallas; son estrategias de aislamiento, de no exposición, de clausura. En un caso, el muro se parece a una atalaya, en otro, a una cortina de humo, en el tercer caso, a una especie de hechizo. Pero, además de que están muy bien descritos, has observado con lucidez que lo que hay en el fondo de los espectros es miedo: miedo a ser abandonado, miedo a exponerse, miedo a ser lastimado. Tú lo ves con total claridad. Entonces, la pregunta es cómo trascender el miedo. Castigarse a uno mismo no ayuda, aunque nos parezca que, de ese modo, expiamos cierta culpa. La culpa es estéril; es la responsabilidad, el responder-por, lo que mueve hacia la reparación.
¿Cuál es el exacto opuesto del miedo? ¿La valentía? Gandhi decía, creo que con razón, que es el Amor. El Amor en el sentido del Amor fati, de amar lo que toca, de abrazarlo en lugar de rechazarlo. Si el miedo es la anticipación de presuntos males, el Amor es la bienvenida a lo que quiera que sea que sobrevenga. Entonces, en cuanto a los espectros, ¿cómo lidiar con ellos? Rechazarlos sería alimentar aún más el miedo. Esa distancia que refieres al principio admite, ciertamente, un versión venturosa; en budismo se llama Uppekka, ecuanimidad. Un espectro se levanta, pero tú no te dejas atrapar por él, y sin embargo, tampoco lo rechazas. Lo dejas ser, sin identificarte con él, viéndolo como una mera aparición. Hay un modo de observar que, lejos de imponer una distancia, es amoroso, en el sentido anterior, porque DEJA SER. Quizá en esto haya una clave para empezar a transformar esas formas de distanciamiento/aislamiento en una observación capaz de estar muy presente y muy abierta a lo que sucede, de tal modo que no hay fragmentación entre tú y los otros.