
Una ventana insomne, en la que se deja ver un patente contraste entre el esplendor natural y el desencanto ante lo humano, ante la vulgaridad, el ruido, el fatal paso del tiempo que deja atrás los juegos de infancia y las fiestas de juventud. Es curioso que el responsable de los ronquidos permanezca anónimo y que, en cambio, el deseo tenga que ver con ese Nadie que acompaña y cobija sin ejercer la menor molestia. ¿Quién es ese Nadie? ¿Es posible encontrarlo? ¿Es posible sentirse a solas sin el menor rastro de soledad? Y si es así, ¿cómo?
Tu intuición sobre ese Nadie, es decir, ese SER que sin embargo no es ente (por eso es Nadie) me recuerda a algunas tradiciones antiguas, desde el budismo, donde el fundamento de todo lo que existe es un vacío primordial (sunyata), un vacío claro, espacioso y radiante que nos constituye, por supuesto, también a nosotros, hasta algunas ideas de teología negativa, según las cuales no se puede decir qué es Dios, pues por definición no cabría en ningún concepto, sino qué NO es. En cierto modo, es Nadie. Y es Todo. Pero, más allá de especulaciones teológicas, ¿cómo invitar a Nadie a que comparezca? ¿No será que uno mismo debe volverse Nadie, despojarse de toda traza de identidad egoica? Entonces, los ronquidos, las miserias humanas, no serán, por supuesto, agradables, pero al menos dejarán de ser desoladoras.