
No alcanzo a ver cuál es el vínculo entre tú y la persona de la que hablas y debo confesar que eso hizo que releyera las líneas una y otra vez; en el fondo, comprendo, no importa: es evidente que, haya sido cual fuere el vínculo, si de sangre o de alma, esta persona fue para ti una inspiración, un solaz. Desde luego, ¿cómo no echar en falta esto? Pero al mismo tiempo, ¿cómo perpetuarlo?
En todas las tradiciones antiguas, en los estoicos de manera muy explícita, pero también en las tradiciones chinas, en el budismo, en el judaísmo y el cristianismo, seguramente también en el Islam, existe un importante ejercicio espiritual, por llamarlo de algún modo, que consiste en “mirar con los ojos del maestro”. Epicteto, el estoico, inquiere: ¿cómo habría resuelto esto Sócrates? ¿Qué hubiera dicho Diógenes ante tal situación? De este modo, Sócrates o Diógenes, o un abuelo o abuela, o un viejo amigo que ya no podemos ver con los ojos ni palpar con la piel, de alguna manera siguen vivos en nosotros, no sólo a través de recuerdos, de vivencias que se nos aparecen como parte de un pasado clausurado, sino también de su “espíritu”, de su sabiduría; es un modo de incorporarlos y tornar esa melancolía en un afecto que, en lugar de echar en falta el pasado, mira con gratitud hacia el futuro. Algo de esto se deja sentir en tus últimas líneas y creo que, como cierre del texto, preludia más bien la apertura de un horizonte donde este ser amado sigue vivo y “activo” en ti, en tu vida.