
Por algún motivo, el texto que subiste no quedó registrado aquí, pero recibí la notificación, junto con el propio texto, que transcribo al final de este mensaje.
El arco que se observa es el que va del dolor al amor, a través, en parte, de la rabia, la rebeldía y los tropiezos. Es quizá el arco de vida más bello a que se puede aspirar, la mayor de las alquimias: convertir la tragedia en comedia, esta última en el más alto sentido de la palabra, en un sentido dantesco -su obra se titulaba sin más Commedia, no Divina Comedia-, es decir, como el tránsito que va del infierno al paraíso a través del purgatorio. Tener esto claro, visualizar hacia dónde dirigir los empeños y, como dices en algún lugar de tu texto, mantenerte firmemente asido a ello, aun cuando pueda haber nuevos tropiezos, desviaciones, etcétera, es el único modo de recorrer ese arco.
Hay un peso enorme en la figura de la mujer amada y toda la parte de fabulación del futuro la tiene a ella como el centro de gravedad. Por supuesto, es perfectamente legítimo cifrar el anhelo en una relación de amor que dejó ver en el pasado posibilidades maravillosas. Pero, al mismo tiempo, y es en cierto modo mi papel aquí, me parece importante que puedas avizorar otro escenario, en el que no esté ella (pues que puedan regresar no depende sólo de ti) y en el que, sin embargo, se mantengan incólumes las grandes ideas motrices de ese futuro espléndido: un hogar donde haya belleza, filosofía (sabiduría), amor, experimentación, nobleza, rebeldía, etc. Aun cuando a ti ahora, por lo fresco del asunto, te parezca imposible construir un hogar con estas cualidades sin ella, lo cierto es que no es NECESARIO que haya alguien específico para poder ser un hogar para uno mismo y para los demás, para poder cultivar las virtudes, el bien, lo justo, lo bello, etcétera. Me parece realmente importante que puedas, a tu propio tiempo, considerar un escenario así sin ella, aun cuando, claro está, sea preferible para ti su presencia y compañía.
Te agradezco mucho tu participación en este taller, Omar. Fue muy grato leerte y acompañarte.
Si el taller te ha resultado provechoso, por favor deja un review con tu comentario. En la última lección se dice cómo hacerlo, es muy sencillo; sólo hay que tener cuidado con las estrellitas que califican el curso, pues se “mueven” si pasas el cursos por encima y eso puede alterar la cantidad de estrellitas. Asegúrate de que sean las que consideras adecuadas.
Sigo por aquí, hasta pronto.
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Es lindo cómo en estos ejercicios aparecieron mis dos más grandes miedos; el más antiguo y el más nuevo de ellos. Los dos escalofriantes, el uno, el miedo a la muerte, el otro, el miedo a hacerle daño a otros. Antes ya fui paralizado durante semanas por la idea de escribir sobre ese dolor. Afortunadamente, el miedo a la muerte es un viejo conocido. El primer ataque de pánico que tuve en mi vida lo tuve en el transporte público simplemente por ir reflexionando sobre la muerte, el inevitable pasar de las estaciones, el final del invierno. Múltiples fueron las razones por las que decidí estudiar filosofía, pero si pudiera identificar las tres más grandes sería, primero, encontrar a Dios, a quien más bien terminé de perder. Segundo, definir lo bueno, lo justo, lo correcto. Y tercero, entender a la muerte y, con suerte, perderle el miedo. Durante años me ha sido imposible, pero poco a poco me fui dando cuenta de que había algo quizás tan malo como la muerte y era no disfrutar de la vida. Y precisamente eso estaba no haciendo al enfocarme tanto en mi miedo al inevitable y terrible final. Esto, afortunadamente, me lo advirtieron mis viejos amigos, los filósofos, y con el tiempo pude verlo.
Primavera
La primera de mis cuatro estaciones fue algo tormentosa. Crecí en un hogar lleno de amor y también lleno de violencia psicológica, al grado de que para mi rebelde adolescencia, estaba completamente desentendido de mis padres. Esto me llevó a irme de casa a los 19 años de edad, en parte rompiendo la promesa que yo mismo me había hecho a los 15 de irme a los 18. Así de mucho quería alejarme de todo eso. Mis padres me amaron mucho durante todas sus vidas, pero nunca fueron buenos padres. Bueno, tal vez mi madre sí lo fue, no durante mi adolescencia, que fue donde más la necesité, pero sí durante mi infancia y, curiosamente, mi adultez, donde la necesité todavía más. En lo social, crecí siendo el niño rechazado, humillado y agredido. Llegaba con moretones todos los días, con insultos pintados en mi ropa, con mis cuadernos y lápices rotos, con mi mochila con olor a basura. Esto cambió radicalmente cuando toqué fondo al ser diagnosticado con depresión a mis 13 años y perdí un año de escuela porque simplemente no asistía a clases. Descubrí en ese tiempo la música rock, la subcultura rebelde de los hippies, los punks y los góticos y con esta inspiración y un enorme cansancio de ser el niño molestado de la clase, empecé desde cero en mi nueva escuela y lo logré. Parecerá ridículo pero vestirme de negro y con estoperoles, escuchar esos “ruidos y gritos”, como los llamaba mi madre, y leer la historia de las luchas juveniles del siglo pasado me llenó de fuerza y me sacó adelante. Aunque claro, supongo que debo darme crédito, pues nada de eso habría funcionado si yo no hubiera decidido poner un alto a la gente y perderle el miedo a intercambiar uno que otro golpe con las personas que inevitablemente intentaron humillarme nuevamente. Tres grandes eventos son dignos de mencionar en mi primavera, mis tres grandes amores. Ya he mencionado uno, la música. El segundo fue la filosofía, descubierta más o menos a mis 17 años gracias a un compañero de la preparatoria que puso en mis manos una historieta muy simpática de Sócrates. Había pasado toda mi vida haciéndome preguntas de todo tipo, preguntas que no parecían ser contestadas nunca por psicólogos, sociólogos, antropólogos o historiadores. Preguntas sobre Dios, la muerte, el alma, el destino, la justicia, el bien, la belleza, la verdad… En mi ignorancia, nunca había escuchado hablar de la filosofía y el día que lo hice, ese día supe que ese era mi camino. Y de la misma forma, me bastó un sólo día de conocer a Sofía para saber que ella era la mujer con quien pasaría el resto de mis días. Una mujer brillante, hermosa, sensible, carismática, encantadora y con una facilidad tan mística para entenderme y yo a ella que logró que creyera en Dios un par de años más, pues no me explicaba de otra forma la suerte de haberla conocido. Estar con ella es como hablar con mi propia alma. Para el final de la primavera, nos fuimos a vivir juntos.
Verano
La primera parte de mi verano la he tenido que reescribir ya tres veces, pues ha alcanzado una longitud de hasta 1700 palabras y no he llegado ni a la mitad de todo lo que tengo que contar. Me veo en la necesidad de resumirlo de la siguiente manera: Fue una época de goce, de crecimiento, de felicidad. El tiempo que pasé con mi Sofía, con mi amiga, con mi hermana, con mi esposa, con mi compañera, aunque con altas y bajas como cualquier relación entre seres humanos complejos como somos ella y yo. Esa primera etapa se definió por la expansión de nuestros espíritus, de nuestras mentes, de nuestro entendimiento, de nuestra sensibilidad y por el disfrute que nuestra compañía nos dio. Por casi 10 años vivimos así. Para bien o para mal, una locura, un terror, una enfermedad oculta acabó por separarnos y en un instante lo perdí todo. Perdí mi hogar, la confianza en mí mismo y la perdí a ella. Después de eso y durante mucho tiempo mi único objetivo fue el de levantarme, pues toqué fondo. Me dediqué a forjar armas para derrotar a mis demonios, en buscar herramientas para superar mi locura, sanar mi enfermedad, construir un futuro, un hogar. Reencontrarme, reconstruirme, expandirme y, al mismo tiempo, cuidar de ella a la distancia, cultivar nuestro amor, sanar nuestras heridas. Porque sí, ella afirma amarme y no sólo eso, me lo demuestra día con día. He de decir, en perspectiva, que si bien lo que pasó fue una tragedia de proporciones griegas, fue la oportunidad más grande que he tenido para mejorar como persona.
–A partir de aquí me arrojo a la escritura del futuro que quiero para mí–
No sé cuánto tiempo pasó, pero me mantuve firme en mi tarea de ser virtuoso, de cultivar mi jardín y de nunca darle la espalda al amor que ella me profesó a pesar de las heridas y que yo le correspondí. Un día, finalmente, pudimos reunirnos y entre nosotros hubo un sol renovado que, con la fuerza de la madurez, de la experiencia, de la conciencia de la propia ignorancia y debilidad y de la titánica fortaleza de nuestro amor, iluminó con soltura y fervor nuestras vidas. Crecimos, nuevamente, juntos y fuimos felices, juntos. Aprendimos más, nos aventuramos más, construimos un hogar juntos. En esta plenitud, con mi compañera, dialogué, estudié, experimenté, me volqué a la creación, aprendí, compuse, cociné, jugué, planeé y me dediqué al disfrute de mi juventud y mi capcidad de expandirme más y más. Y claro, admiré cómo ella hacía lo mismo. Liberados de las cadenas de los demonios de nuestro pasado, pudimos alzar las paredes de una humilde pero hogareña y amorosa casa en donde nos volcamos a descubrir, nutrir y disfrutar de nuestras existencias, las nuestras y la del otro. Un hogar seguro, naturaleza, arte, filosofía y amor, ¿qué más podría desear un hombre?
Otoño
En esta tercera estación me dediqué a construir para los que me seguirán. Esa llama de rebelde y luchador social que ardió en mi corazón desde adolescente nunca se apagó. Quiero ver un mundo diferente, quiero ver un mundo mejor, quiero ver un mundo justo. Tal vez fueron los escritos, tal vez fueron los cuentos, las novelas, tal vez las conferencias, tal vez las clases, tal vez las amistades que hablaron bien de mí. Sea como sea, haré todo lo que esté en mis manos para que ese mundo que quiero ver sea posible un día, para que más gente abra los ojos, para que más gente sea justa, para que más gente sienta, para que más gente coopere, para que más gente luche y finalmente logremos todos. Y claro está, mientras hago todo esto seguí disfrutando de la compañía de mi señora. Igual que siempre, cada día diferente, cada día mejor. Y, eso sí, nunca puse en riesgo nuestra paz. No sería justo que se perturbara su felicidad por las luchas de un soñador.
Invierno
Mi vida siguió como la segunda mitad del verano y el otoño tanto tiempo como me fue posible. Aunque se marchite mi jardín, seguiré amando, seguiré disfrutando, seguiré sintiendo apasionadamente, seguiré pensando, seguiré aprendiendo y seguiré trabajando para que otros puedan vivir felices también, para que vivan una vida justa. Nos hicimos viejos juntos, fuimos felices juntos, ella se fue primero y eso me alegró, pues no querría que ella sufriera mi partida. Espero con ilusión que las semillas que preparé durante mi vida sean plantadas en la primavera de alguien más y cosechadas en sus veranos. Y espero sean buenas cosechas. Mientras, disfruto lo que tengo y recuerdo con mi mejor sonrisa mi vida. Y la muerte… La muerte me ilusiona. ¿Quién sabe? Tal vez pueda ir a debatir con Sócrates, que me lleva unos buenos 2500 años de ventaja. Seguramente me encontraré con mi esposa en una apasionada conversación con Schopenhauer y Edgar Allan Poe. Seguramente me dirá que Kant es un señor muy aburrido sólo para molestarme, y yo reiré… Entonces me dirá que bromea, me que divierta charlando con él. Seguramente ella y yo estaremos siempre juntos, como fantasmitas, felices. Siempre juntos. Seguramente no necesitaríamos de nadie más. O al menos eso es, seguramente, una posibilidad, pues nadie sabe qué hay del otro lado.