Sin duda hay en la escritura un buen medio para ejercitarse en una vía tal (de un modo de vida filosófico), llevar una suerte de askesis que fortifique la memoria y expulse al olvido. Pero, ¿cómo lograr esto, sin caer en la memoria circular que evoca el pasado con el anhelo (o el temor) de repetirlo? Bien lo mencionas: amar lo que sucede -lo cual, por cierto, me hace recordar y encontrarles un sentido más vivo a las palabras de tu texto introductorio, pues precisamente este amor (a la sequía y a las lluvias, a lo imprevisible e inesperado) implica un “hacer tierra”, es decir, habitar y habitarse de un modo otro, acaso más devoto del momento (¿de qué es momento ahora?) o, como mis palabras han dejado traslucir, del instante.
Probablemente (pienso ahora) ese “sí mismo” que no es prisionero de sí, y al cual uno (yo) pertenecería, es aquel que es tierra, que se habita a sí mismo, que ya no teme lo que sucede o puede suceder sino que lo ama. Mas habré de seguir indagando en ello.
Saludos, estimado Gabriel.