
Es un deleite leer este trabajo, no sólo por la magnífica prosa con que ha sido escrito, sino por la lucidez casi cruda con que se muestran los espectros. Más allá de lo que yo alcance a comentar ahora, el ejercicio como tal ha alcanzado su plena realización.
Intentaré decir algo sobre cada uno de los espectros, específicamente sobre la distorsión que está en su origen, pues todo espectro, por definición, no es sino una construcción ilusoria, algo que no condice con lo-que-es-tal-como-es y, por lo tanto, su origen radica en alguna forma de distorsión.
En el primero identificas con precisión el mecanismo que origina ese fatigoso medirse con los otros: puesto que no hay un reconocimiento propio, bien fundado, se busca encontrar esto en alguna forma de reconocimiento externo y, ante la frustración de no conseguirlo, el espectro se eleva, nadie lo merece, nadie lo iguala, su supuesta inalcanzabilidad empequeñece a los otros, creando así la ilusión de cierta grandeza que, sin embargo, no resuelve el asunto, pues nunca es segura. Estrictamente hablando, ¿tienen sentido las comparaciones? Desde luego, tienen un sentido práctico, pero lo tienen en un nivel más fundamental. Es decir, ¿hay algo que sea auténticamente comparable con otra cosa? ¿Existen el más y el menos? ¿O quizá tenía razón el buen Pirrón al postular aquello de “nada es más” y suspender así uno de los juicios más perniciosos y estériles, precisamente los juicios comparativos, siempre falaces.
El segundo espectro parece decir: “el mundo no me merece”. Es el falso amigo del contemplativo, pues aquella persona que inquiere por el fundamento último de lo real y toma esto como el asunto más acuciante de su vida, ni desprecia el mundo, que es la expresión o manifestación de ese fundamento, ni mucho menos está sujeta al tiempo; al contrario, se diría que, como dice Dogen, el gran fundador de la escuela Soto Zen, “tiene intimidad con todas las cosas” y, en cierto modo, está más allá del tiempo.
El tercer espectro sucumbe a la comparación y al tiempo: se mide con el que será, se exculpa ante éste.
El último es quizá el más peligroso, el que ahora abunda por todos lados: la víctima. No toma parte de nada de lo que le pasa, no es responsable, todos sus males tienen que ver con causas externas. Algo que no se dice, tristemente, en estos tiempos donde surgen víctimas de cada esquina: las víctimas son fundamentalmente violentas.
Magnífico trabajo, Jairo. Te felicito de todo corazón.