
El poeta y el filósofo se conjuran en este bello texto, en el que se presagia, una y otra vez, la vía alquímica capaz de transformar la celda (la ermita, el claustro) en un espacio ilimitado; la grisura de objetos desangelados, en belleza; la obscuridad, en el reducto inexpugnable de una llama que nunca se apaga; el observador, en lo observado y, quizá, en el misterio donde no hay ya ni observador ni observación ni observado. Como si la ventana se hubiera vuelto la BASE (Rigpa, en el budismo tibetano), el vacío primordial del que brotan las formas y ese vislumbre trajera por sí mismo una sensación de inmensidad que solo puede confortar.
Magnífico ejercicio, Jairo, te felicito una vez más calurosamente. Se nota, además, o creo notar, que ha habido goce en la escritura, que es quizá lo más importante.