
Es un trabajo muy valiente, Elena.
Cuestionemos entonces lo infundado de estos espectros. El de la mujer sumisa, instigado por el abuelo, se cae un poco por sí mismo. Pero la santidad, la abnegación, el servicio, no tienen por qué estar asociados ni a ser mujer ni a la misoginia del abuelo. Si la abnegación es genuina, ella misma es su recompensa y no echa nada en falta. En eso consiste el sentido mismo de sacrificarse por algo o alguien: sacrum fare, volverse sagrado. No tiene por qué ser algo mojigato. Cuando hay comprensión de la naturaleza del amor, que es lo contrario de toda tendencia egoica; cuando empieza a vislumbrarse la falsedad de la frontera entre el yo y lo otro, por ver que el yo es un cúmulo de condicionamientos y nada más; cuando adivinamos que, además de la ola, somos el océano, entonces el dolor de los otros es nuestro dolor y la alegría de los otros, nuestra alegría, y nos volvemos en cierto modo conscientes de que el sufrimiento es uno y que eso nos hace iguales a los demás y que es nuestra humana tarea aliviarlo. Cuando esta comprensión es inexistente o débil, al abnegarnos, pensamos en nosotros, en lo que nos parece una injusticia o una pérdida de energía, tiempo, lo que fuere. Es importante tener claridad sobre el sentido del sacrificio. Quizá esto arroje alguna luz sobre el espectro de la santa.
En cuanto a la dicotomía entre Dios y el mundo, ¿es así? ¿No amamos a Dios mucho más cuando amamos su creación? ¿No está Dios en la flor y en la brizna de pasto y en los ojos de los animales y en el rostro de cada persona?
Es cierto: criarse entre adultos rotos vuelve titánica la tarea de levantarnos sobre nuestros pies cuando nos toca ser adultos. ¿Con qué modelo? ¿Con qué sostén? Quizá ahí es donde entra la fe. Jung solía intentar llevar a sus pacientes a ese lugar donde todo se desfonda y preguntar: ¿qué te sostiene cuando nada te sostiene?
Monstruo: lo que se muestra. ¿Pero es esto equivalente a sinceridad? ¿No es superior a esto el no lastimar, sin por eso traicionarnos a nosotros mismos? ¿Hay que decirlo todo y decirlo siempre? ¿Es la franqueza irrestricta un valor supremo o esto puede ser lisa y llana crueldad? Más importante aún: ¿cuál es el monstruo que desata al monstruo? ¿Cuándo se desencadena? ¿Ante quién o quiénes? ¿En qué precisas condiciones? En todos los mitos, también en los cuentos infantiles, vencer al monstruo es integrarlo, volverlo un aliado. Como Perseo con la Medusa, a la que decapita, para integrarla en su escudo y servirse de sus poderes ante sus enemigos. O como en los cuentos infantiles, donde se ve que el monstruo que asedia al niño o la niña aterrados, no es más que una proyección de ese mismo terror, y se revela al final que el tan temible monstruo no es más que una criatura dolida y frágil necesitada de amor. Asumir esta vulnerabilidad, asumirla cabalmente, hace que el monstruo eventualmente se entregue.
¡Un abrazo a la distancia!