
¿No será el deseo de certidumbres rotundas, de predicciones precisas, el corazón del problema? Pues estos dos deseos son, por definición, imposibles de realizar. Es buena la interrogación que haces: ¿certezas? De algo pareces estar cierta, más allá de la preocupación por encasillarte en una certeza sobre lo que debes ser: estás cierta de la impermanencia, es decir, de que todo cambia todo el tiempo, y el tiempo mismo es el que se renueva incesantemente. ¿Por qué esto debería angustiar, precisamente cuando, si algo es cierto, es que todo está cambiando?
Por lo que alcanzo a leer, este incesante cambio impide que las cosas sean de una vez para siempre así o asá, y esto te produce desasosiego, porque quisieras poder determinar de una vez para siempre cómo son la cosas y cómo debes ser tú. ¿Qué beneficio te daría esto? Control. Pero por definición no hay control de lo que excede nuestras potencias y si deseas decirte a ti misma “yo soy ésta” y “esto es así” y “yo debo ser ésta” vas derechamente en contra del ser mismo de las cosas, que no funcionan así, con una solidez última (precisamente por lo de la impermanencia).
Lo bueno de esto es que la vida está incesantemente ABIERTA, y esto es lo que habilita la novedad, la sorpresa que bien invocas, el asombro, la poesía, el acaecimiento inesperado de lo bello. El deseo de certidumbre, que es deseo de control, es, en efecto, infructuoso, como bien dices, porque genera un suspenso enervante, una avidez que no alcanza nunca a saciarse y que a menudo frustra. Por debajo de este deseo hay siempre, invariablemente, MIEDO. ¡Qué bueno que no sepas con certidumbre quién DEBES ser, porque eso te impediría explorar quién vas siendo y quién puedes ser! ¡Qué bueno que no sea posible dar por hechas las cosas, porque eso las empobrece dentro de nuestros prejuicios y condicionamientos, y nos las deja manifestarse! La fortuna nos excede siempre. Y esto es lo que quizá vislumbras al invocarla al final, también es lo que observas al constatar que ninguna predicción es capaz de abarcar lo que sobreviene, que la vida siempre nos excede y nos desborda. Si estamos abiertos; si, como decían los filósofos antiguos, podemos amar lo que toca (amor fati), la impermanencia es una danza y la incertidumbre, incluso el riesgo, un motivo de excitación y entusiasmo.