
Por lo visto, desde muy temprana edad tomaste consciencia de la realidad del sufrimiento y la necesidad de un refugio o, como se dice en budismo, un vehículo para atravesar “el río del dolor”. Además de la mención explícita a la palabra “religare”, tu búsqueda, tu cimiento, tu sed es la de un hombre religioso, o espiritual, que a mi parecer son lo mismo (toda vez que no se confunda la vocación religiosa y la auténtica búsqueda que ella implica con las religiones en sentido institucional). Las estaciones de la vida son, en este sentido, una construcción de ese vehículo, un refinamiento de su hechura y su rumbo, también una inclusión de los otros en tu barco. Pero puede ser importante clarificar la cuestión del rumbo. ¿Hay un rumbo? ¿Hay un lugar al que apuntar la proa? ¿O es que uno ya está allí donde tiene que estar y el asunto es, precisamente, como señalas en algún lugar, darse cuenta, no intelectualmente, sino de manera muy vívida, que somos también el sol, la lluvia, el viento, en suma, el punto de encuentro de un conjunto de condiciones, el “espacio vacío dejado por el resto del universo”. ¡Budismo puro!
En el antiguo budismo (theravada), el vehículo es una balsa en la que viaja uno mismo; el punto de partida es Samsara (el mundo del deseo y la errabundia, el mundo del sufrimiento) y “la otra orilla” es Nirvana, la extinción del sufrimiento, el fin de las ilusiones, la lucidez completa. El budismo posterior le llamará a este budismo temprano “Hinayana” (pequeño vehículo) e inaugurará el “Mahayana” (gran vehículo); aquí, ya no es una balsa, sino un arca gigantesca en la que puedan viajar todos los seres sintientes. Pero el budismo zen o el Dzogchen consideran que estas metáforas pueden confundir. No hay ningún al que llegar, pues nuestra naturaleza originaria (como el logos en los estoicos) es perfectamente clara, claramente perfecta y ya está aquí, todo el tiempo, solo que no lo percibimos. Y no lo percibimos porque estamos condicionados a creer en un yo, que es la madre de todas las ilusiones. Más allá de esta forma, de esta pequeña ola (nuestra forma), debajo está el océano, donde tú y yo somos lo mismo, precisamente océano. De modo que, bajo esta perspectiva, no hay que llegar a ningún lado, sino percatarse de nuestra verdadera naturaleza.
Hago este breve excurso por el budismo porque me parece que el modo como describes tu vida es muy cercano a las cuestiones que se han planteado en la historia de esta venerable tradición.
Muchas gracias por tu participación en el taller, Román. Fue un gusto acompañarte.
Muchas gracias también por el comentario del curso (ya está publicado). Y por supuesto que si quieres tomar algún otro curso del sitio, eres muy bienvenido.
¡Te mando un abrazo, que todo te vaya muy bien!