
La razón por la que merece la pena detener la impresión es justamente lo que de alguna manera aventuras en tu texto: que el otro no le concede la misma importancia o valor a eso que para ti es una transgresión inadmisible.
La inferencia espuria que hay aquí, que tu mente hace, de manera inadvertida, es que se trata, precisamente, de una transgresión y que esto supone (i) dolo (intención de dañar) y (ii) injusticia. Bajo esta intepretación, la respuesta que surge es, inevitablemente, la cólera, puesto que se trata de un afecto que implica, de manera forzosa, la creencia de que he sido injusta y dolosamente dañado (esto lo señala Aristóteles en la Retórica, pero es aceptado por los estoicos y en general, por toda la tradición de las emociones que le seguirá; en cualquier caso, puedes tú poner esto a prueba y ver si, cuanto te encolerizas, no abrigas la creencia de fondo de que hay algo injusto y de algún modo “personal” en tu contra).
El yerro, para los estoicos, estriba en primer lugar en considerar que hay daño (daño moral) y la terapéutica con respecto a la cólera irá en parte por ese lado (hay en esta plataforma un curso completo sobre el manejo de la ira desde la perspectiva del estoicismo y el budismo); en segundo lugar, justamente, la inferencia de que hay dolo, intención y, por último, de que puede haber injusticia. Si la hay, dirá Séneca, el buen juez condena lo reprobable (y lo injusto, si es tal, OBJETIVAMENTE, es reprobable), pero no tiene por qué odiarlo.
Es importante que leas con detenimiento esto que te escribo sobre el contenido cognitivo de la ira y lo consideres en tu práctica a la hora de detener la impresión.
Estoy aquí para ti, saludos.