
Es interesante la asociación que hiciste con tu accidente y sus consecuencias, entre ellas la consciencia sobre la fragilidad de la vida. Pero aquí no puedo dejar de señalar que esta asociación fue un modo de eludir propiamente el ejercicio, porque, cuando te instalas en el escenario de que éste pueda ser tu último día, lo refieres en términos muy generales, escuetos e hipotéticos: “me reprocharía”, “me quedaría con…”. Y no puedo no ver en esto lo que los terapeutas llaman, llamamos, RESISTENCIA. Tú sabes bien que la resistencia tiene muchos rostros y a veces se viste de desánimo, de cansancio, de fuga, etcétera.
Es un ejercicio difícil y no es infrecuente que algunas personas no lo tomen en serio o lo vean como una especie de ficción, pero todo eso es, me parece, una especie de miedo a realmente entrarle con todo a la posibilidad, de tomarla en serio, de vivir, al menos durante una semana, con la consciencia de que hoy será mi último día.
La ética, en el sentido antiguo del término, no es otra cosa que cierta experimentación y ciertos ejercicios de autoafección; y la imaginación puede tener un papel muy estimulante en este sentido. Entonces, aunque desde luego que puedo estar sobreinterpretando y diciendo algo que no representa lo que te sucedió, intenta ver con la mayor ecuanimidad de que seas capaz si no habrá algo de cierto en esto; y si es el caso, inténtalo otra vez, haz el ejercicio diariamente, si hay tristeza o melancolía, deja que se manifieste, hasta que alcances el efecto a que aspira este experimento y que no es otro que una claridad meridiana en los valores, un aprecio del tiempo sumamente agudizado y una percatación de la belleza y, en cierto modo, de la gracia de estar vivos, notablemente más profunda que en la percepción ordinaria.
Va un abrazo a la distancia.