
Muy hermoso el retrato de tu abuela, sobre todo porque lo que supuestamente te contrariaba de ella, o bien queda en silencio, para dar paso a la descripción de sus ojos vivaces, o bien, si es lo que sigue, su hábito de mirar por la ventana (que me hizo recordar a tu propio ejercicio de hacerlo, a tus reservas con el solo hecho de estar ahí mirando), su costumbre de regalar cosas producidas en la finca o de escupir, se desarrolla como a través de un halo de misterio y, casi diría, admiración. Lo que me deja la semblanza de tu abuela, aunque no esté dicho, y por eso es más poderoso tal vez (como decía Hemingway: lo más importante nunca se dice, su famosa teoría del iceberg), es que se trataba de una persona con una enorme autonomía, con un criterio propio, aun cuando fuera incomprendida, regañada y hasta golpeada. Me queda la imagen de una cierta rebeldía y una firmeza en sus convicciones: hay que dar, no de lo que sobra, sino de lo que uno tiene. Convencida de que la generosidad es una de las más altas expresiones humanas, no dudaba en hacerlo. Creo que la entiendo en ese aspecto. Y creo que en las muchas preguntas que te suscita este gran personaje, quizá tú te hayas acercado a ella de un modo distinto y la lleves ahora contigo, en tu piel y en tus huesos, con mayor comprensión, que es la raíz del amor. Ya no serán iguales los escupitajos, supongo. Muy bello texto, David, felicidades. Y gracias por responderme siempre a mis comentarios. Ya no comento yo nada, pero me alegra mucho que este intercambio sea fecundo para ti. Lo es, sin duda, para mí también. Leo pronto tu último trabajo. Entre tanto, un saludo afectuoso.