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  • #13006
    almazuela
    Participante

    Me siento miserable por no encontrar el “ordo amoris” de una ancestra. Sin embargo, el problema comienza desde antes: no encuentro a una ancestra o ancestro en quién mirarme. Me he preguntado demasiadas veces si esto no es en realidad un gesto de egoísmo. No solo confío en que no es así, sino en todo lo contrario: desearía que viniera a mi mente un rostro, un nombre o un recuerdo sin tener que forzarlo.

    ¿En falta de qué estoy?

    Recién volví a hablar con mi madre, otra vez la llené de preguntas sobre la vida de abuelas, bisabuelas, tías, primas. No hay una sola historia que no haya sido trágica y con un final todavía peor. Luego de escucharla un rato llegué al punto de dudar si habría sido verdad tanta tragedia o si más bien es mi madre la que reinventa vidas trágicas enmarcadas en una semántica profundamente misógina.

    Al parecer las vidas de todas las mujeres de mi familia han sido vividas devotamente hacia los hombres. A pesar de burlas, de golpes, de engaños; en fin, de violencia, en todos los sentidos. En los relatos de mi madre ninguna de ellas se prefirió a sí misma.

    A. me pregunta: “¿Y si tu ‘ordo amoris’ está en una ancestra no nombrada?”

    Esa posibilidad me resulta esperanzadora. Quizás alguna ancestra llamada Amalia, Felícitas o Soledad fue olvidada o fue borrada de forma voluntaria. ¿Qué habrán hecho o dejado de hacer para haber sido expulsadas de la historia familiar? ¿Será que precisamente aquello que las borró es lo que nos une?

    ¿Será que, como la abuela de D., alguna de mis ancestras huyó de su casa con una gallina bajo el brazo para felizmente jamás ser recordada?

    #13021
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Tal vez hayas escuchado hablar del Kintsugi, ese arte japonés que consiste en reparar objetos fracturados, uniendo las partes con una resina hecha de oro en polvo. Tengo la impresión de que has hecho algo parecido. Revisas el pasado y ves que hay fracturas; entonces, en lugar de identificarte con las partes rotas, tomas los huecos y pones allí el oro en polvo (el oro en palabra). Es precioso esto que has logrado. Algunos psicólogos utilizan el ejemplo del Kintsugi para hablar de resiliencia. Tú no encuentras ninguna ancestra, ningún ancestro con quien hacer eso; entonces te vas a las historias no dichas. ¿Quién era esa mujer que huyó con una gallina bajo el brazo? ¿Por qué se llevó precisamente una gallina? ¿Adónde habrá ido? ¿Qué clase de vida habrá soñado? En estas preguntas está cifrado el ordo amoris de la abuela D. y de las otras ancestras, que quizá te estén hablando en un lenguaje de silencios y huecos en espera de ser convertidos en costuras áureas.

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