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  • #15665
    Jairo Vladimir
    Participante

    (…)
    Veo ahora este personaje tan, pero tan alto, que tiene que tomarse la molestia de agacharse un momento para revisar esos mundanos asuntos que cree que son ya, por su sola altura, patrimonio suyo. Pero tampoco me pasa desapercibido que pese a esas ínfulas suyas cada tanto camina, se detiene, mira, se mide hombro con hombro, y se desconcierta, pues su estatura no corresponde con lo que mide, y más alto o más bajo, siempre le falta un poco para medir lo mismo que la otra persona. Y, veladamente en su corazón, se entristece. Tal vez porque el mundo, ciego, no lo reconoce lo suficiente, tal vez porque siente que nadie lo ve —aunque inmediatamente urde una argucia para corregirse: no necesita que lo vean, anhela no ser visto, y aún cuando lo miraran, no sabrían reconocerlo verdaderamente. Pero esto no evita que disimuladamente saque su cinta métrica y ejerza de juez, de sastre, de espejo…

    (…)
    Personaje de formalidad exquisita, su porte equivale a su importancia personal (espejo de la importancia que representa para el mundo). Dos objetos destacan en su haber: unos lentes bien acomodados sobre el puente de la nariz a través de los cuales parece ver un reino de realidades más allá de los asuntos banales del día; y un reloj que cada tanto voltea a ver, como vigilando que su marcha siga en sus cabales, y que el mundo (o esas otras realidades que mira) no escapen al dictado del reloj. Y, dado que su cuerpo habita en el mundo de los asuntos baladíes, no cesa de emponzoñarse con lo que lo interrumpe y lo aleja de sus realidades ulteriores. Este personaje ha ideado un par de finos (y serios, formales) tapones para los oídos (como aquellos a los que recurren quienes, queriendo conciliar el sueño, optan por cerrar la entrada a todo ruido externo que los pudiese perturbar). Así, la vista puesta en sus asuntos importantes, mira el reloj, se coloca los tapones en los oídos, y hace como que está presente en el mundo de las vicisitudes triviales, mientras no deja de contemplar esas altas esferas (o acaso sea mejor decir, hacer como que las contempla, como que allí habita). Personaje habilidoso, no hace ni lo uno ni lo otro, no está ni aquí ni allá, aunque pretenda estar en ambos lugares. De espíritu banquero, herencia tal vez de una vida pasada, podría adherirse muy bien a lo de “el tiempo es dinero”, si no fuera porque su elevado espíritu le prohíbe tal rebajamiento, y en cambio dice —siempre el reloj en mano y esa mirada que rastrea las alturas— “el tiempo es productividad, esfuerzo, conquista y elevación”, y acto seguido, vuelve a sus asuntos de mayor importancia —mientras su terrenal cuerpo espera en la fila de las tortillas.

    (…)
    “…Pero mañana será otro día y estoy confiado que este ser débil, frágil, perezoso y desahuciado que hoy he sido no estará mañana. La vergüenza y el desprecio me merecen hoy, mas no mañana. Mañana estas toneladas de carne e ideas las podré mover como el viento a un papalote. Por hoy puedo lucir mi enorme derrota como el mejor de mis vestidos…”

    (…)
    Miradle, allí está aquel que invade e intimida, el que entristece; miradle atentamente, no sea que se os vaya a escapar (sus modos son muy sutiles, su discreción infinita). (…) De mártir se le dibujan las facciones, y con una dignidad impenetrable, declara su fatal abandono. “No te acerques”, dice con todo el impulso de su silencioso corazón a quien va hacia él y le dirige la palabra, “¿no ves que estoy solo, que he sido abandonado, que nadie más es mi acompañante en este mundo?” Puede entonces sacar su libretilla donde lleva la cuenta de los males sufridos y se los lee a sí mismo, gozosa y terriblemente, como quien lee una lista de sus mejores conquistas: “incomprensión”; “falta de interés”; “egoísmo de los otros”; “decepción”; “confianza rota”; y sigue así indefinidamente hasta reafirmarse en su galante traje. Su sonrisa es su mueca de tragedia, su orgullo, su indescifrable fortificación de soledad.

    #15669
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Es un deleite leer este trabajo, no sólo por la magnífica prosa con que ha sido escrito, sino por la lucidez casi cruda con que se muestran los espectros. Más allá de lo que yo alcance a comentar ahora, el ejercicio como tal ha alcanzado su plena realización.

    Intentaré decir algo sobre cada uno de los espectros, específicamente sobre la distorsión que está en su origen, pues todo espectro, por definición, no es sino una construcción ilusoria, algo que no condice con lo-que-es-tal-como-es y, por lo tanto, su origen radica en alguna forma de distorsión.

    En el primero identificas con precisión el mecanismo que origina ese fatigoso medirse con los otros: puesto que no hay un reconocimiento propio, bien fundado, se busca encontrar esto en alguna forma de reconocimiento externo y, ante la frustración de no conseguirlo, el espectro se eleva, nadie lo merece, nadie lo iguala, su supuesta inalcanzabilidad empequeñece a los otros, creando así la ilusión de cierta grandeza que, sin embargo, no resuelve el asunto, pues nunca es segura. Estrictamente hablando, ¿tienen sentido las comparaciones? Desde luego, tienen un sentido práctico, pero lo tienen en un nivel más fundamental. Es decir, ¿hay algo que sea auténticamente comparable con otra cosa? ¿Existen el más y el menos? ¿O quizá tenía razón el buen Pirrón al postular aquello de “nada es más” y suspender así uno de los juicios más perniciosos y estériles, precisamente los juicios comparativos, siempre falaces.

    El segundo espectro parece decir: “el mundo no me merece”. Es el falso amigo del contemplativo, pues aquella persona que inquiere por el fundamento último de lo real y toma esto como el asunto más acuciante de su vida, ni desprecia el mundo, que es la expresión o manifestación de ese fundamento, ni mucho menos está sujeta al tiempo; al contrario, se diría que, como dice Dogen, el gran fundador de la escuela Soto Zen, “tiene intimidad con todas las cosas” y, en cierto modo, está más allá del tiempo.

    El tercer espectro sucumbe a la comparación y al tiempo: se mide con el que será, se exculpa ante éste.

    El último es quizá el más peligroso, el que ahora abunda por todos lados: la víctima. No toma parte de nada de lo que le pasa, no es responsable, todos sus males tienen que ver con causas externas. Algo que no se dice, tristemente, en estos tiempos donde surgen víctimas de cada esquina: las víctimas son fundamentalmente violentas.

    Magnífico trabajo, Jairo. Te felicito de todo corazón.

    #15672
    Jairo Vladimir
    Participante

    Estimado Gabriel,

    Tus palabras son luz que ilumina algo ya develado pero aún ensombrecido, otra luz, pues, que hace ver aún más de lo que ya se ha visto. Pienso en la metáfora del lago: es preciso, si no arrojar a los espectros allí para deshacerse de estos, al menos sí sacarlos y llevarlos hasta la orilla, pero no es suficiente esto, si uno se queda viendo únicamente a su criatura, sino que además hace falta ver su reflejo en el lago; a veces uno ve más cuando otea un reflejo, pues la distancia y la exacta simetría permiten ver lo que la cercanía y el hábito no conceden. Y así me han venido tus comentarios, como el reflejo preciso que me hace, quizá ya no sólo ver a mis espectros, sino además entender un poco más (de ellos, de mí).

    Por otra parte, las reflexiones de Pirrón y de Dogen me vienen muy bien para seguir examinando los mecanismos intrínsecos de estas entidades (algo así como los falaces juicios desde los que asientan su trono) a la vez que las alternativas para des-realizarlos, y por supuesto, tu comentario sobre el último espectro también despierta mi atención y provoca que, precisamente, lejos de compadecerme sin más por la criatura, la comprenda pero también le exija su parte de responsabilidad.

    En fin, que tus comentarios han ayudado bastante, ¡muchas gracias! Gracias también por tus palabras iniciales, me alegra haber podido realizar el ejercicio de develamiento sin perder en la parte estilística de la escritura.

    ¡Saludos y abrazo!

    #15678
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    ¡Me alegra mucho que los comentarios te hayan resultado de ayuda, Jairo!

    Muchas gracias por tus palabras y por dejarme saber cómo te llegaron las que yo te regresé.

    Un abrazo para ti.

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