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Jairo Vladimir.
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febrero 11, 2022 a las 4:57 pm #15693
Jairo Vladimir
ParticipanteIntentaré indagar en mi padre, imaginar esto que, denominado ordo amoris, constituye su razón (o razones) de ser. Puedo imaginar su infancia, ardua, entre las inclemencias del clima político, la escasez de los recursos materiales y la magnitud de una salvaje naturaleza que exigía un duro trabajo para conseguir sustento. Veo entonces la severidad de su padre, hombre silvestre curtido por el trabajo, imperativo heredado a través de las generaciones, y herencia a su vez para los tres hijos. Mi padre, segundo varón, intermedio entre el hermano mayor y la hermana menor, hubo de asumir su responsabilidad de aprender y estar a la par del mayor a la vez que cuidar de la menor. Época impar, imagino su infancia y adolescencia repartida entre el trabajo (o los varios trabajos), las regiones montañosas de alta exigencia, la escuela (esa otra obligación asemejada al trabajo) y las diversiones propias de los juegos con los amigos. Y, probablemente, gustando más del deporte y la música, finalmente tuvo que optar (¿pero tuvo opción?) por el trabajo y las responsabilidades. Su padre se debió erigir, desde muy temprano, en defensor de su trabajo, esto es, de su tierra, de su patrimonio, su herencia, su familia. Esta férrea resistencia ante las amenazas que ponían en peligro este patrimonio se constituyó primero en una responsabilidad más para mi padre, después, en un llamado, una vocación “libremente” asumida, y, más, una pasión.
Así, mi padre tuvo que enfrentarse a las vicisitudes a que su propio padre hacía frente, y conforme fue creciendo fue comprendiendo mejor que se trataba de circunstancias compartidas no sólo por otros vecinos y familiares cercanos, sino por miles de personas a lo largo del país. Y descubrió que al menos un nombre había para comprender esa situación: injusticia. Y tal vez, entre los juegos, las amistades y los amores, pero también la violencia de la guerra, determinó que nada había más urgente, más irrenunciable, más noble, que defender lo suyo, pero también lo de los otros, que entonces era causa común, y a este otro amor llamó “justicia”.
Los avatares de sus andanzas e incursiones lo llevarían a vivir la resistencia, la rebeldía, el apoyo mutuo, la venganza y la traición, y los horrores de una violencia que a la larga lo forzaría a salir de su patria y exiliarse en tierra extraña. Esa nueva vida le abriría la oportunidad de probar el “sueño americano”, desencantarse y, ya desengañado, descubrir que los abusos del poder y los explotadores mismos pueden tomar apariencias más benévolas, pero no dejan de ejercer su voraz despojo sobre los que poco o nada tienen. Pasarían entonces aventuras, decisiones, yerros, para que finalmente se asentara en otras tierras, y, a causa del impactante asombro que acaso le produjo alguna vez un encuentro, unas palabras, un sueño acaso (¿quién sabe?), se dijo que no había manera de resistir y luchar efectivamente sin conocimiento de las múltiples realidades sociales y las condiciones que provocan el hurto, el despojo y la pobreza. Hizo carrera universitaria. Y, pese a lograr una familia y una vida de estabilidad económico-material, nunca dejó de obedecer ese dictado prístino que clama por justicia. De ahí esa aparente aprehensión /rayana en la obsesión) con el trabajo. Su impulso no ha sido, como pudiera pensarse, un ansia de riqueza, de estatus, o los esfuerzos por evadirse (de la familia, del sin-sentido, de sí mismo), sino antes bien, esa memoria viva del trabajo constante, de ejercer la acción para hacer frente a las múltiples injusticias del mundo, de ayudar a los prójimos y no renunciar, sin importar cuán nimios parezcan los esfuerzos, a forjar un mundo nuevo.
¿Qué hay de este ethos, de este odio a todo lo que es injusto y violento y traidor, y este amor a la justicia, la paz y las libertades, qué hay de esto en mí? (…) Pero en términos más concretos, acaso signifique esto: que tanto atesoro mi soledad, mi libertad, como todo aquello que, ya en soledad, ya en compañía, me permite entender este mundo, y descubrir los mecanismos que operan sobre mí y mis congéneres, y vislumbrar posibilidades de vidas más libres, buenas y dichosas. Así que, sí, esta “seriedad”, o, mejor, esta pasión que me hace empeñarme en mis propios estudios, considerándolos cosa de suma importancia, con tanto ahínco, me viene seguramente de herencia paterna.
Hay, por tanto, un sentido de compromiso y responsabilidad que, viniendo de mi padre, permea mi vida. Sin embargo en mí adquieren otro cariz, constituyendo así un ethos propio, diferenciado. Pues si bien es cierto que en mis primeros años de consciencia y hasta bien entrada la adolescencia, actuaba yo conforme a los parámetros de la norma y el deber externos, gradualmente se fueron configurando mis fuerzas internas y mis motivaciones para presentar resistencia a toda convención, sea de los poderes más definidos en tanto “normales”, sea de los presuntamente contestatarios. Pero en mí esto no se ha configurado como un claro deseo de cambiar a las personas, cambiar el mundo, sino antes bien, cambiarme a mí y liberarme de lo que de “mundo” hay en mí. Así, mi libertad y mi justicia, mi responsabilidad y mi deber hallan su raíz en mi interioridad —una interioridad que no me engaño en situar como opuesta a lo externo, sino como el núcleo, el corazón de toda vivencia, toda interrelación con lo otro y los otros. Mis circunstancias no han sido ni un ápice de los duras que fueron las de mi padre, y no obstante sé apreciar y valorar lo que tengo, reconociendo lo defendible y de lo que puedo prescindir, y encontrando también en mi patrimonio algo de sumo valor por lo cual luchar: no una casa, unas propiedades o posesiones, sino ese conjunto de valores intangibles que constituyen mi herencia y lo que de mejor hay en mí.
febrero 16, 2022 a las 1:12 pm #15696Gabriel Schutz
SuperadministradorEs interesante que hayas escogido a tu ancestro más cercano, junto con tu madre, en lugar de irte un poco más para atrás, abuelos, bisabuelos, algún tío abuelo, como sucede en general. Me pregunto sobre el por qué de esta decisión, qué te movió a querer comprender, a través de la escritura (de esa forma de chamanismo que puede eventualmente ser la escritura) a un pariente en principio tan cercano, siquiera genealógicamente. Y en efecto, es una genealogía que te hace remontarte hasta tu abuelo y muestra, con gran agudeza, a través de tu magnífica prosa, cómo se “comporta” la herencia moral en el curso de tres generaciones. La seriedad, el trabajo duro, la defensa de un cierto patrimonio, como asuntos que se transmiten, con las variaciones que cada uno va imprimiendo, de tal modo que la hacendosa seriedad relativa a un patrimonio material se transforma en una hacendosa seriedad política, para dar un nuevo giro contigo y volverse una seriedad espiritual, por lo tanto necesariamente política también (cosmopolítica), pero quizá con un cierto desprendimiento, una cierta sospecha incluso de una idea material de patrimonio o herencia. ¿Qué seguirá en esta línea si tienes hijos? ¿Se conservará la herencia? ¿Habrá un regreso a las preocupaciones materiales? ¿Cómo lo imaginas?
Por otro lado, tengo la impresión de que algo que está presente en la herencia de tu padre a ti es la cualidad de ser o haber sido inmigrante. No tanto por el retrato esforzado del inmigrante, sino porque quizá esa búsqueda de lo cósmico en el centro de tu interioridad, ese camino o retorno hacia el Selbst, hacia el centro del mandala, el axis mundi, el logos o como quieras simbolizarlo es un modo de enraizar en algo tal vez más fundamental que la nación o el país de nacimiento y esto, supongo, puede venir en parte del destierro de tu papá.
Tu bello texto me hizo recordar una película de István Szabó que creo que puede gustarte si no la has visto: Sunshine. También son tres o tal vez cuatro generaciones de hombres, judíos en la Europa de las guerras mundiales.
Te felicito por este hermosa semblanza de tu papá y de ti (y un poco de tu abuelo).
febrero 19, 2022 a las 12:49 pm #15698Jairo Vladimir
ParticipanteHola Gabriel, muchas gracias por tu comentario y observaciones. Precisamente, a la hora de tener que “escoger” un ancestro para esta actividad, me encontré en lidia, pues mi memoria genealógica no remonta demasiado atrás. Cierto es que conozco y he tenido suficiente contacto con los abuelos maternos, pero, reflexionando, reconocí algo que de cualquier forma siempre ha estado con mayor o menor premura presente en mí: muy poco sé de la familia paterna, muy poco -o prácticamente nada- lo que mi padre me ha transmitido de su historia, su familia, su ascendencia, lo que precisamente, como podrás ir adivinando, fue lo que me motivó a indagar en él, y tratar de comprenderle y así, en cierto modo, comprender algo de mí mismo (que, como apuntas, puede ser esa cuestión del desterrado, pero en mi caso, respecto de una tierra que siento -o necesito- más profunda, menos convencional). Son bastante interesantes las preguntas que planteas, por un lado porque muchas veces no he visto continuidad de mi “linaje” (al menos no a través mío), pero por otra parte, las veces que me he imaginado una descendencia, la he podido entrever como lo mejor de ambos mundos: un anhelo y un cuidado de una materia con espíritu, y la comprensión de que todo espíritu se expresa en una materia (ese arduo equilibrio o armonía a la cual no he arribado).
También te agradezco la recomendación de la película, no había escuchado de ella antes, ¡así que ahora la buscaré y la veré con mucho entusiasmo!
¡Gracias!
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