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  • #15169
    diegorssanchezdiegorssanchez
    Participante

    Día 1: 7:40
    Esta mañana es un poco cálida, con el sol entrando tímidamente por la ventana. Estos ventanales son enorme y tengo un gran panorama de lo que sucede afuera
    Acá cerca se están concentrando un grupo de personas que son parte de un partido político y están dispuestos a iniciar sus campañas políticas. Más allá veo un mar de casas, algunas con fachada de varios colores y otras simplemente con el ladrillo expuesto.
    Un poco más allá de todo esto se alzan unas montañas que parecen rostros humanos, me parece ver tres de ellos, que miran casi con desdén lo que c en la pequeña ciudad.
    Esto me hace comparar la insignificancia de nuestros días frente a lo permanente y basto mundo que habitamos.
    Veo todo esto como una serie de niveles: en lo minúsculo nuestra cotidianidad y en lo alto está el universo clamado.
    ¿Por qué somo tan apresurados y bulliciosos cuando más allá está todo tan sereno y simple?

    Día 2: 6:43
    El afán no ha pasado este día, incluso creo que ha aumentado por ser lunes. Veo por la calle gente correr. Trabajadores del Teleférico trabajan tan temprano. Parece que todos saben exactamente cual es su rumbo, sin dudar todos van a sus destinos.
    Cómo quisiera yo tener siempre ese paso firme hacia mi destino, sin dubitaciones.
    La luminaria pública sigue prendida, pero apenas hace su trabajo, a que todo está iluminado. Con luz natural. Me pregunto si mi esfuerzo y sacrificio será también tan poco apreciado como esta luminaria que casi no alumbra, porque no hace falta.

    Día 3: 6:52
    Hoy ha amanecido oscuro. La neblina cubre el horizonte y no permite ver la extensión de mi ciudad.
    Siento un aire triste y solemne, parece que hasta los coches andan tristes por las calles.
    Entre este desfile solemne y triste veo tres arbustos en la plaza, bien recortados de forma uniforme, verdes, frondosos, hasta parece que sonríen
    Esto y juegan entre ellos, parecen tres hermanos pequeños y juguetones. Esto me hace recordar mi infancia, mis juegos infantiles con mi hermano y amigos. Jugábamos tal vez sin darnos cuenta de la vida pesada y sufría que llevaban los adultos, nuestros padres, por ejemplo.. Parecía que no había otro mundo más allá de nuestro mundo.
    Cuanto añoro esos tiempos, esos momentos en que parecía que todo estaba bien, que tenía todo lo que necesitaba para ser feliz, jugaba y reía como estos tres arbustos de la plaza frente a mi casa.

    Día 4: 7:05
    Hoy por la ventana veo casi el mismo panorama que ayer. Creo que hasta hace más frío que ayer, pero siento que las personas que caminan ya se han hecho a la idea de andar a pesar del frío y de la oscuridad. Es así la vida, ¿verdad? Seguir caminando a pesar de la circunstancia adversa.
    Un poco más allá de la placita veo una calle alta con casas de ladrillos, apostadas de una forma que parece que ya no hubiera nada más por detrás, como si hubiera un barranco por detrás.
    Parece que frente a mí estuviera el mismísimo fin del mundo. Claro, la neblina espesa de esta mañana proyecta esta visión en mi mente.
    ¿Y si no hubiera forma saber que nos espera mañana? ¿o más tarde? ¿O en unos minutos? Casi amo este paisaje que no deja ver más allá de la inmediata cercanía.

    Día 5: 6:26
    Hoy ha amanecido menos nublado. Las nubes del horizonte están dispuestas una encima de otra, como si se tratase de algodón.
    Nada ha cambiado acá cerca, la misma gente que corre en coches apresuradas a empezar sus días, la misma placita con sus arbustos juguetones, el mismo mar de ladrillo y concreto.
    Pero entre ese mar de casas encuentro algo peculiar en unos árboles. Son tres, uno más alto que el otro y a través del primero traspasa la luz fuerte de una luminaria pública. Este árbol tiene la forma de un pequeño niño con la luz atravesándole el pecho, casi como si fuera la luz de su corazón.
    No sé por qué pero esta imagen me da cierta serenidad, quizás sea porque me hace pensar en la pureza e ingenuidad que tienen los niños. Siento que esa luz sigue aún en nosotros a pesar de la vida, pero que la acallamos con la rutina y las responsabilidad es de adultos.
    ¡Ups! Justo ahora se apagó esta luz. Espero nunca apagar esa luz que llevo en mi interior.

    #15171
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Hay un contrapunto muy visible en tu texto y tengo la impresión de que, de una manera u otra, todos los párrafos son variaciones de este contrapunto. De un lado, la vida pesarosa del mundo adulto, sus rutinas, urgencias, prisas, hormigueos, su eventual sinsentido, sus fatigas, sus complicaciones absurdas; de otro, el mundo infantil, libre de pesares y fatigas, totalmente absorto, sin la menor sustracción hacia algún más allá donde aguardan asuntos estresantes o temibles, un mundo que se justifica por sí mismo, en su propio juego, donde impera el entusiasmo y no hay noción de esfuerzo o sacrificio. Esto lo escribe, por supuesto, un adulto, un hombre nostálgico de su infancia y niñez y da la impresión de un cierto desasosiego, pero al mismo tiempo el texto culmina con una declaración importante, casi un voto: la luz que radiaba en la infancia y que ahora ha palidecido, no morirá. ¿Se trata, entonces, de volver a ser niños? Por supuesto que no, además de que esto es, por principio, imposible. ¿Entonces?

    La niebla todo alrededor, la incapacidad de ver lo que hay más allá del mundo inmediato caracteriza a los niños, quizá también a los animales. Los adultos ya no podemos cobijarnos bajo esa bruma. Pero podemos elevarnos más allá de nuestra pequeña escala y alcanzar los vastos espacios siderales, donde todo es sereno y simple. Los estoicos le llamaban “elevarse a una escala cósmica”. De niños lo presentimos, de adultos lo olvidamos; algunos caminos, eventualmente, nos conducen hacia allí.

    En el budismo zen es célebre esta imagen, que parafraseo con relativa exactitud:

    En el comienzo, las montañas eran montañas, y los ríos, ríos [niñez].
    Luego, las montañas dejaron de ser montañas, y los ríos dejaron de ser ríos [adultez / sufrimiento, samsara].
    Al final, las montañas volvieron a ser montañas, y los ríos, ríos [iluminación/comprensión].

    ¡Que ese ventanal se ensanche ilimitadamente, Diego!

    #15174
    diegorssanchezdiegorssanchez
    Participante

    Gabriel,

    Me impresiona cómo lograste captar este contrapunto, no me había dado cuenta que tal vez en el fondo añoraba la niñez, la inocencia de la infancia. ¿Pero cómo seguir ahora? ¿Debo acallar esta voz? ¿Debo seguir añorando? Quizás este es un sentimiento que se anida en los corazones de muchos adultos, pero es verdad que a veces lo siente muy anguistioso en mi vida, casi no me deja disfrutar esta vida presente…

    #15181
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Hola, Diego.

    Disculpa que esta vez me haya tardado un poco más en responder, estuve lejos de la computadora desde el domingo.

    La inocencia, la capacidad de asombro, la disposición abierta, curiosa, inquisitiva, la posibilidad de jugar, no se pierden, no pueden perderse, sólo se olvidan o se ocultan debajo de todo eso otro que mencionaste en el texto, las urgencias, las prisas, las rutinas pesarosas, y este olvido, ocultamiento o incluso desdén se dan porque dejamos de considerar valiosas estas disposiciones y las tenemos por asuntos secundarios, menores, “ociosos”, cosa de niños, mientras que lo otro cobra a nuestros ojos una importancia que alcanza el carácter de necesidad y hasta de urgencia, lo que no es más que una pobre ilusión, aunque una fuertemente animada por el mundo en el que vivimos.

    Es cierto que la vida adulta trae ciertas exigencias que pueden, eventualmente, resultar fatigosas, pero ninguna de esas exigencias obliga a renunciar a las cosas que nos nutren en un sentido profundo y que son, precisamente, las que experimentamos con total naturalidad, sin esfuerzo, siendo niños (si las condiciones de nuestra niñez son favorables, claro). Esto es lo natural; no lo es fatigarnos y hacernos desgraciados. La meditación busca, sobre todo, recuperar esta capacidad de observación abierta, atenta, curiosa, pero es sólo un recurso, bien que uno decisivo; sin embargo, es fundamental darle a esta “mente natural”, como se dice en el budismo zen, el valor que tiene y vivir de acuerdo con eso. Esto no tiene nada que ver con regresar a la infancia o volverse pueril, porque las montañas y los ríos que vuelven a verse con total claridad ya no son los de la infancia: son los de la sabiduría.

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