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    almazuela
    Participante

    Primer día

    Observar a través de esta ventana no es tan fácil.

    Lo primero es que debo disputarme algún lugar de ella con mi gato porque es precisamente donde transcurre su vida secreta. Un vidrio es el punto de separación entre una vida y otra. De la ventana hacia adentro su vida se concentra en lo minúsculo. De la ventana hacia afuera sus ojos se cruzan con los ojos de los paseantes. Parece que ha hecho lazos íntimos con todo aquel que se detiene a saludarlo, así que solo a costa de sus rasguños puedo ganar un poco de territorio en la ventana.

    Lo siguiente es que no me abandona la sensación de que estoy observando desde la ventana indiscreta, quizás es una desventaja vivir a ras de la calle y en planta baja. El desfile del vecindario comienza tan pronto abro la cortina: primero pasa L., la señora del perrito café; luego viene J., el chico de la tienda; T., la dueña de la lavandería, se recarga en un auto para fumar su cigarrillo de todos lo días. ¡Caray, han transcurrido menos de diez minutos y ya saludé a tres personas! Definitivamente, este punto de vista no me permite mirar desde el anonimato.

    Segundo día

    Nueva estrategia. Esta vez mi gato está jugando con mi perra en otra habitación, así que, sigilosamente, iré a plantarme en la ventana. La gente pasa a cuenta gotas, la claridad del cielo es perfecta, casi como sacada de un dibujo animado, y la luz del sol es intensa. Parece una calma espectral ¿será que se avecina una tormenta?

    De pronto el silencio se rompe con la campana del camión de la basura. Se estaciona, como siempre, en frente del edificio donde vivo. El bullicio diario da inicio. Sospechar de esa breve paz tuvo cierta razón. Mi gato llega a la ventana. Comienza el ir y venir de mis vecinos. Dos trabajadores de alguna empresa telefónica jalan de un lado a otro los cables de un poste. Un par de organilleros comienzan a tocar “La vie en rose” al lado del camión de la basura. Esto sí que es inusual. Orquestaron “la hora del taco” de los trabajadores, el alboroto de los cables y el final de mi cotilleo.

    Tercer día

    Cuando los humanos se van, otro mundo aparece. Hay pájaros comiendo y cantando, despreocupados por salvar su vida, incluso aunque tengan cerca a una gata que los observa. La gata está reposando bajo la sombra de un auto, su contemplación es apacible. Me recuerda al club de observadores de aves con el que viví en la larga y angosta franja de Sudamérica. Me hice parte del club por un breve tiempo, sentándome junto a ellos a observar a través de un ventanal. Sin embargo, debo confesar que terminé observando más a los observadores que a las aves. Cuán gozoso fue ver cómo acudían a su biblioteca mental para saber qué ave había llegado hasta su jardín a beber agua de la fuente. Así, a golpe de observación, ellos fueron aprendiendo poco a poco de esas pequeñas forasteras y yo, de un regocijo desvergonzado de contemplar la contemplación de otros.
    Esta pequeña gatita negra seguramente pertenece a la internacional de observadores de aves.

    Cuarto día

    Cada vez hay menos gente en la calle. Hoy se estacionó un auto enfrente y a todo volumen comenzaron a sonar “Las mañanitas”. La vecina de enfrente se asomó por la ventana para recibir su serenata. En el auto iba una familia, hasta con el perrito incluido. Pedro Infante terminó su canción. No me quedé a observar porque la serenata no era para mí, pero alcancé a escuchar que antes de despedirse dijeron: “Pronto nos volveremos a abrazar”.

    Quinto día

    Mirar por la ventana no es tan fácil, pero lo que suelo hacer todos los días es escucharla. Puedo imaginar lo que pasa afuera a partir de los sonidos. Por las mañanas me despierta la voz de cualquier persona que se haya detenido a saludar a mi gato o el sonido de la escoba del vecino que todas las mañanas barre la vereda. A veces se escuchan más sus conversaciones con T. que el sonido de la escoba, lo cual me hace pensar que barrer tan solo es un pretexto para platicar con alguien. Sin embargo, cuando no encuentra con quién conversar, el ritmo de la escoba aumenta y se mezcla con el sonido de la campana que cuelga del collar de la perrita peluda que siempre lo acompaña.

    Hay otro vecino que silba cuando llega a casa. Aunque ese sonido no se escucha todos los días, solo cuando olvida sus llaves. Lo sé por su bicondicionalidad: un sonido siempre viene acompañado del otro.

    La descripción de los sonidos se puede alargar todavía más. Escuchar la ventana es el anonimato que buscaba.

    #12708
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Sea que mires o que escuches, sea que lo hagas de manera un poco más accidentada o un poco más libre, creo que estarás de acuerdo conmigo en que lo que has hecho en el curso de esos cinco días es contemplar; de manera más exhaustiva: detenerte y contemplar. La ventana sólo es una excusa.

    ¿Qué es lo que pone en juego este “detenerse y contemplar”? Si notas, en este texto, a diferencia quizá de los anteriores, no aparecen mayores perturbaciones, no hay dolor. Hay incluso placer, humor (la filiación de la gata a la internacional de observadores de aves), un tono entrañable. Alguna de tus líneas me hace evocar una novela del neorrealismo italiano, llamada Crónica de los pobres amantes, de Vasco Pratolini, que empezaba describiendo cómo despierta una calle, si mal no recuerdo, de Florencia.

    Si notas, en tu texto, en tu bello texto, porque no hay duda de que tienes pasta de escritora, prácticamente no hay juicios. Describes lo que se te aparece, sea a la vista, sea al oído, sin ocuparte de decir si te gusta o no. ¿No es eso el amor, más concretamente, el amor fati, amar el destino? En tu texto hay esa especie de amor que abraza o abarca “lo que es”, tal como se presenta, sin ponerle condiciones, sin buscar manipularlo, sin empobrecerlo con un juicio, sin cambiarlo o intentar que se adapte a tus preferencias. Lo que es, tal como es, helo ahí.

    ¿Cómo ha sido esto posible? Dices muy bien: para eso tú tienes que volverte anónima, que tu yo no se inmiscuya ahí, porque cuando está el yo, con su historia, su carga biográfica, sus incontables condicionamientos, el mundo no puede ser percibido cabalmente, sino, al contrario, de manera empobrecida, condicionada; pero cuando el yo no estorba, el mundo se aparece en todo su esplendor. Esto es la base del budismo, del estoicismo y, me animo a decir, de cualquier tradición primordial. Aquí lo has atisbado por ti misma. No es poco.

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