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Gabriel Schutz.
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julio 26, 2020 a las 8:05 pm #14005
Ana de los Rios Ibarra
ParticipanteLas representaciones que me arrebatan tienen que ver con el pasado.
Han sido benevolentes conmigo y yo soy benevolente con los errores de los demás. He logrado cultivar amistades muy duraderas. No soy rencorosa. Sin embargo, hay incidentes del pasado, desencuentros y, concretamente, frases que gente enojada me dijo hace tiempo, que regresan una y otra vez a mi memoria y me perturban mucho; es decir, me arrebatan. Dos ejemplos.
Una de estas frases se refería a acciones mías, descuidos repetidos que llevé a cabo de manera inconsciente. Después de muchísimos años sigo sintiendo vergüenza y arrepentimiento; pero no puedo cambiar el pasado. ¿Qué es esta representación? Una desaprobación respecto a algo cierto pero dicha a destiempo, cuando ya no lo podía cambiar y con el afán de lastimar. Ha permanecido en mí décadas. Sigo llevándome con esta persona, pero nunca volví a tocar el tema. Han pasado casi treinta años. Cuando me pregunté qué representación me arrebata, pensé inmediatamente en eso. Absurdo pero cierto. El antídoto que se me ocurre es el de relativizar. Nadie es perfecto. También podría yo recordar momentos más recientes en los que esta persona me ha expresado respeto, cariño, hasta admiración. ¿Cómo se llama el poder soltar, dejar atrás lo pasado? Más que desapego, pienso en re-signar; darle otro signo, otra connotación a aquello. No sé. Me es difícil identificar el asentimiento que “mantiene viva” esa fantasía.
La otra frase que también repetidamente me arrebata sí fue una ofensa de una ex-amiga con quien tengo una relación distante y cordial porque somos colegas en la profesión. En defensa de un tercero, yo evidencié una mentira suya. Discutimos y ella, para lastimar, me dijo: “Por eso a ti nadie te quiere”. No se refería a un hecho; ni siquiera creo que esa sea su opinión en realidad. Tengo que admitir que a pesar de trabajo personal de años no puedo jalarle las riendas a ese caballo negro que por los motivos que sean a veces trae esa fantasía del desamor. Es posible que esta fantasía sea recurrente por cierto grado de asentimiento. No logro decir” no tiene que ver conmigo” al 100%. El antídoto podría ser la templanza, la fortaleza; también, una representación beneficiosa. Podría yo recordar y volver a saludar, mentalmente, a la valiosa gente con quien he mantenido, a lo largo de décadas, relaciones de gran riqueza y que han resistido momentos de diferencias y divergencias.
Con el raciocinio puedo afirmar que ninguna de las dos frases de rechazo representó daño alguno; inclusive, en su momento, yo me defendí, pero más tarde, mucho más tarde, sigo medio atorada.julio 28, 2020 a las 8:44 pm #14013Gabriel Schutz
SuperadministradorLo que es excelente de tu escritura es la total honestidad y la precisión con que logras ver, en este caso las representaciones que te arrebatan. Al mismo tiempo, los razonamientos están bien encaminados.
El asunto aquí, como en el budismo, es poder “desolidificar”, quitarle toda entidad, toda realidad, a lo que sea que quiera que perturbe. ¿Quién es Ana? Y sobre todo, porque es más inmediato, ¿quién NO es Ana? Una idea importante, expresada con mayor explicitud en las fuentes budistas, pero que los estoicos sin duda sostienen, es la ausencia de una substancia última, un yo perenne, un núcleo duro de identidad. Entre la Ana de ayer y la Ana de hoy hay una línea de CONTINUIDAD, pero no hay IDENTIDAD. Porque si la hubiera, tendrías que poder decir qué es lo que ha permanecido idéntico, totalmente inalterable, y a poco que lo examines, encontrarás que, en rigor, no hay nada idéntico entre la Ana de Ayer y la Ana de hoy, ni en el cuerpo ni en la mente.
Cuando nos concebimos como sustancia y solidificamos la identidad, surge el dolor moral. “¿Cómo pude hacer esto?” La Ana de hoy se remuerde por lo que hizo o dijo la Ana de ayer. Pero ¿qué quedó de todo eso? ¿Dónde está? ¿Dónde está aquella Ana? ¿Dónde la persona que desaprobó? ¿Dónde está el daño de entonces? ¿Lo ves? No hay nada (salvo en tu fantasía y sólo allí y en ningún otro “lugar”). Esto no significa que no debamos asumir responsabilidad moral por hechos del pasado, sobre todo si hay algo de eso que sigue, de alguna manera, vigente, un daño moral a alguien o lo que fuere, pero no parece ser el caso aquí.
Es de suma utilidad intentar no concebirse como una y la misma persona, como una esencia, como un conjunto de características inalterables, porque eso es simplemente falso. La Ana de ayer se equivocó. ¡Y qué! Esto sólo puede perturbar si la Ana de hoy no admite la posibilidad de equivocarse o de que otros piensen que ella es incapaz de yerros (autoseveridad moral). ¿No hay en esto una identidad sólida? Si te permites concebirte en términos más dinámicos, fluyentes, como alguien que hoy yerra y mañana acierta y pasado mañana quién sabe, es probable que todo esto deje de perturbarte. Por supuesto que puedes considerar cuál es el exacto asentimiento que origina esto, si la suposición de que esa persona aún te considera descuidada, si la suposición de que cometer errores es vergonzoso, etcétera, y eso tiene, desde luego, utilidad, pero con estas líneas quiero invitarte a que vayas más profundo que eso, a que revises tu propia concepción de ti misma y de los demás. En budismo, esto se llama anatta (anatman, en sánscrito: ausencia de yo).
Cuando uno/a empieza a desolidicar, a concebir la propia vida en términos de momentos, más que de una línea sólida e inflexible, todos los juicios se vuelven en cierto modo relativos. Nadie te quiere ahora, así lo sientes (aunque es seguro falso), pero el día de mañana, ante un gran logro, todos te quieren. ¿Cuál de las dos afirmaciones es verdadera? Lo uno y lo otro. Y ni lo uno ni lo otro. ¿No hay en esta respuesta una gran ligereza?
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