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  • #15048
    Dolly
    Participante

    Las representaciones son algo con lo que siempre he “luchado.” Me cuestan mucho trabajo y para mí ha sido (y sigue siendo) un ejercicio muy interesante aprender a detenerme, desmenuzarlas y no darles la importancia que creo que tienen. Por costumbre, suelo asentir casi de inmediato a ellas y ha sido agradable desarrollar una voz (silenciosa, pero que espero vaya creciendo) que me invita a detenerme y a no dejarme llevar, o al menos, si ya me dejé llevar, irme de regreso.
    Mi respuesta es prácticamente siempre de ansiedad, porque, en la situación en la que me encuentro ahora, que describí en mi tarea anterior, la adaptación a un trabajo nuevo que no ha sido muy amigable, estoy demasiado alerta a todo lo que sucede, viviendo en un estrés constante.

    Si suena el teléfono, mi corazón late (y no como un buen presagio), si veo mensajes en el chat, lo mismo, si hay una junta me pongo muy nerviosa, estoy en espera siempre de momentos incómodos que creo, me van a traer algún mal. He rayado en límites de paranoia. Parece que mi mente es muy eficaz en encontrar argumentos para convencerme de que estoy siendo constantemente revisada, la gente habla de mí, tienen sentimientos negativos hacia mí, etc.

    El ejercicio ha sido intentar detener ese proceso. Aunque antes pensaba: “Me dieron a hacer esta tarea porque saben que me fastidia y lo hacen para molestarme.” Trato de pensar: “Me han dado esta tarea. Punto. No sé sus intenciones. Pero no permitiré que me fastidie.” O, en todo caso, si me dicen: “Tenemos que hablar contigo.” Empiezo a sudar frío, pensando que dirán todo lo malo que he hecho (que no ha sido nada pero imagino que encontrarán pretextos) y que me correrán. El ejercicio entonces que hago es: “¿Y qué si me corren? Me harían un favor. No estoy en un lugar que me guste. Me facilitarían el trámite de renunciar.” O un paso para atrás sería: “Mi jefe me está hablando, contestaré el teléfono y me gritará, y me dirá lo inepta que soy. Muy bien, le puedo decir que si soy tan inepta, que no tengo problemas en renunciar.” Y ahí sé que no soy tan inepta, porque no lo permitirían. Y nuevamente, si me lo permitieran, me harían un favor, porque no estoy en un lugar agradable. O “No valoran mi trabajo, no les agrado.” Y entonces pienso: “Yo no vine a agradarle a nadie ni a hacer amigos. Y yo sé que trabajo bien. Si a ellos no les parece, pueden prescindir de mí y yo de ellos sin problema.”

    No ha sido tan fácil porque siento que vivo con miedo constante. Pero de pronto me di cuenta (mucho tienen que ver las lecturas de esta clase) que el miedo era una cuestión de mi cabeza, quizás sí, provocado por la situación externa, pero que había una parte dentro de mí que podía decidir no tener miedo, al menos en ciertos momentos del día, donde no hay necesidad de tenerlo. Para eso intento hacer conciencia del presente: “Ahora estoy en mi casa, protegida, estoy comiendo. El teléfono no está sonando, todo está bien.” Es como si tuviera que hacer esta conciencia más seguido de lo normal, pero me ayuda a posicionarme, en vez de caer en el pensamiento de: “¿Qué hago aquí? Ya no puedo vivir así. Tiemblo todos los días. Me siento mal.” Hubo una parte de mí que dijo: “Decido no temblar hoy. Ya no quiero temblar. Puedo dejar de temblar. Ahora estoy bien.” Y dejé de temblar. Ha sido interesante buscar esos “antídotos” o recursos en mí, para desmantelar la realidad del miedo que la disfraza. Aún tengo cierta ansiedad, definitivamente se requiere de un trabajo diario, pero definitivamente ayuda mucho. Muchas gracias.

    #15050
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Qué bueno, qué lúcido y qué buen ejercicio de aplicación de las ideas has hecho aquí, Dolly, te felicito.

    Lo que describes como ansiedad no es más que otra modalidad del miedo. ¿Y qué es el miedo? La expectación de un mal. Como, para los estoicos, nada externo constituye un mal (lo que puede ser exagerado en algunos casos), nada que se avecine puede ser tal cosa y en este sentido no hay la expectativa de un daño, sino, a lo más, de una experiencia desagradable, dispreferida, pero que no lastima nada sustancial. Este pensamiento tiene sentido.

    En tu texto encuentro dos estrategias. Por un lado, la suspensión del juicio: “no sé qué intenciones tiene”. Si esto es cabal, el miedo queda anulado. Por otro lado, llevar la consideración del posible “mal” a un lugar donde deja de serlo: “si me echan del trabajo, qué”. ¡Lo has hecho muy bien!

    Creo que puede interesarte leer un texto que escribí en respuesta a una carta de una persona que declara vivir con miedo; me parece que te lo envié por correo, en un mail colectivo, pero, por las dudas, puedes descargarlo aquí:

    CARTA SOBRE EL MIEDO

    #15056
    Dolly
    Participante

    Muchas gracias Gabriel, tus palabras me dan muchos ánimos, pues me hacen saber que voy por buen camino.
    El artículo del miedo por supuesto lo leí cuando lo enviaste, de hecho varias veces y me sirvió mucho para llegar a estas conclusiones. Sigo atenta al curso, que me está encantando, y sobre todo, lo más valioso, me está inspirando. Saludos.

    #15059
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Qué alegría y qué honor saber que el curso te está inspirando. Leo pronto lo nuevo que has posteado y te respondo.

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