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    No sé cómo sea esa hora final, pero ahora puedo decir que yo no le temo a la muerte. Cuando mis hijos eran chiquitos pensaba que no me podía morir por ellos. Ahora que son adultos jóvenes no me preocupa tanto el dejarlos. Ya “caminan” solos. Tengo 62 años. Aun cuando cultivo y gozo de buena salud, he empezado a deshacerme de muchísimas cosas. He visto, leído y “recorrido” objetos para “despedirme” de ellos: los regalo, los vendo, los empaco para esperar la ocasión de canalizarlos. Quiero llegar a ese momento ligera de equipaje. Conservo lo esencial, lo que utilizo y otras cosas que disfruto pero pocas. Empecé este proceso después de ver lo pesado que es desmontar casas de personas que acumularon cosas durante su vida.
    He tenido el privilegio de acompañar a mi abuela y a un tío en el momento mismo de su muerte. De niña, cuando lloraba, mi abuela me decía: “no llores, guarda esas lágrimas para cuando yo me muera”. Pasaron los años y cuando ella estaba por morir, empecé a llorar. Ya no podía hablar, pero con un gesto me preguntó que porqué lloraba y le dije. “Tú me dijiste que guardara mis lágrimas para cuando tú te murieras, y estás por morir” Asintió con sus ojos. Fue un momento muy conmovedor. Dos días, cuando tenía su mano en la mía se fue como una velita que se apaga. Ese último acto, cuando es suave y cuando se trata de alguien que ya “acabó” su vida, no es horrible para nada. La ausencia tan definitiva, sin duda, duele. En el caso de mi tío fue un poco dramático el final pero igual fui yo la que se quedó con él en los brazos en ese último momento y quien, con una serenidad que a mí misma me sorprendió, contuve a mis primos que fueron llegando en el curso de la noche.
    Alguien dijo que hasta el último momento podemos actuar y hacer el bien; y hasta el final podemos hacer el mal. Lo creo firmemente. Yo hace mucho que estoy en esto de pulir, refinar, tomar conciencia para, como dirían nuestros maestros estoicos, cincelar el carácter. Sin vanagloriarme de nada, sé que sigo y seguiré en esto hasta el final. Ojalá nunca se deteriore mi estado general y pueda yo apagarme como velita sin llegar a ser una carga para nadie, nunca.
    Concluyo diciendo que me parece lindo que cuando muere un ser querido, podemos decir que “ha sido devuelto”. En particular, pienso en alguien muy cercano que se suicidó hace dos años. Ha sido útil la representación cataléptica: murió; ya no vive. Ahora, considerar que “ha sido devuelto” otorga algo de dulzura que es lo que más escasea en el caso de un suicidio.
    He navegado en este sitio y de verdad es un regalo poder leer las fuentes, lo de Foucault, lo tuyo sobre la tierra y lo extranjero, lo que escriben los otros.
    ¡Muchas gracias Gabriel!

    #14045
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Qué hermoso texto, Ana, muchas gracias a ti. Cualquier cosa que yo pueda decir sobra.

    Leyéndolo me vinieron aquellos versos de Machado que cierran el poema “Retrato”:

    Y cuando llegue el día del último viaje
    y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
    me encontraréis a bordo, ligero de equipaje
    casi desnudo, como los hijos de la mar.

    Y de Antístenes, un discípulo de Sócrates que fue a la vez maestro de Zenón de Citio (el fundador de la Stoa) y de Diógenes de Sínope, el fundador de la escuela cínica, dice Diógenes Laercio en sus Vidas de los más ilustres filósofos griegos (VI.6):

    “Decía [Antístenes] que convenía disponer del equipaje que fuera a sobrenadar con uno en el naufragio”.

    Sin duda es mucho mejor andar ligeros de equipaje.

    Es hermoso lo que cuentas de de las lágrimas que reservaste para tu abuela. Te felicito por el texto y todo lo que hay detrás.

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