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Gabriel Schutz.
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septiembre 27, 2019 a las 4:49 pm #10958
Liliana
ParticipanteMe recuerdo con mis dos trenzas, sentada en una banca de madera, leyendo una historia de las cuatro estaciones que venía en uno de esos de libros gringos que se llevaban en los colegios “biculturales”. En las ilustraciones podías ver paisajes totalmente distintos para cada estación: la primavera, retrataba el florecimiento de la vida, días soleados, un hermoso cielo azul con nubecitas de algodón, parques llenos de flores y niños sonrientes jugando a la pelota; en el verano normalmente aparecían niños construyendo castillos de arena junto al mar con un sol resplandeciente; en el otoño, las alfombras de hojas rojas que caían de los árboles y un vientecillo alegre que las hacía bailar; finalmente el invierno, retrataba trineos, muñecos de nieve, árboles pelones y niños patinando en lagos congelados. Yo veía todo eso y pensaba que donde yo vivía todo el año era igual pero quizás no lo era tanto.
La primera mitad de mi primavera transcurrió mayormente entre hospitales y libros. Debido a un padecimiento respiratorio, no podía realizar prácticamente ninguna actividad física. Fui sumamente cuidada y consentida. Tal vez después de todo, la sombra de la muerte me benefició bastante, todo lo que yo deseaba me era concedido pues existía el miedo de que no habría mañana para mí. Sin embargo, cuando mi salud mejoró, todo comenzó a cambiar y en muchas ocasiones llegué a desear haber muerto en aquella “buena época”. Pero como dicen los libros de autoayuda: “Lo que no te mata, te hace más fuerte.” (aunque creo que la frase original Nietzcheana me venía mejor). Los días de escuela estuvieron sellados por el rock, el idealismo, los disfraces, las playas vírgenes; no pensaba uno que eso fuera a terminar. Tuve buenos amigos y malos amores, pero al final, ahora que lo veo en retrospectiva, así era mi generación, un poco tirada al drama.
El verano fue peligroso, no había un mañana que me inspirara, quizás me volví un poco más cínica, tenía algo de recursos, energía y ni una sola responsabilidad que no fuera yo misma. Aunque ahora que lo pienso, supongo que esa era sólo la fachada, pues al final, había una búsqueda, el querer encontrar esa lucecita al final del camino; pero era tan improbable, tan lejana, que en el día a día no importaba tanto y eso me hizo ampliar mis límites. Estudié, viajé, me casé y me descasé, parrandeé y cuando decidí ponerle fin a eso, lo extrañé con todo mi corazón. Esa libertad absoluta que más de una vez me sumió en la melancolía, ya no iba a regresar.
En el otoño no se cayeron las hojas, muy por el contrario, se afianzaron al árbol. Tuve que amordazar a mi egoísmo y por primera vez, trabajar para otros. Nunca fui tan feliz, la tranquilidad que en un inicio me aburría, poco a poco me fue dando el espacio para hacer proyectos personales, para pensar que era realmente lo que yo quería. Por primera vez supe que era posible vivir sin conflictos, no porque no aparecieran, sino porque aprendí a no buscarlos. Compartí mi vida con un gran hombre con el que críe a mi hijo y con el que, por primera vez, comencé a pensar en el futuro, que era ya la cuesta abajo. Quizás nos quedaban todavía muchos años por vivir y los queríamos vivir sin depender de nadie, activos y sin demasiadas preocupaciones. Sabíamos que eso sólo lo podíamos lograr aprovechando cada una de las oportunidades que se nos presentaran y fue lo que hicimos; comenzar a cuidar conscientemente de nuestro cuerpo, de nuestra mente y de nuestras finanzas. Enseñamos a nuestro hijo a ser independiente y curioso. Lo que más nos importaba transmitirle era que más allá de toda la palabrería, había algo más grande que tenía que buscar. Y por eso los viajes, que, aunque a mí ya me cansaban, él disfrutaba enormemente; tanto ir a lugares remotos con pocos recursos e incomodidades como a grandes ciudades donde podía disfrutar de ciertos lujos. (No sabría si todo esto lo hace uno por amor desinteresado o en el fondo porque quieres creer que en él quedará algo de ti mismo en una versión mejor, la 2.1 tal vez).
El invierno llegó más rápido de lo que creí. Cierto es que el haber recogido provisiones hizo todo más fácil, sin embargo, no dejó de ser un duelo. Cuando los que estaban codo a codo dejaron de estarlo, me enfrenté con mi propio fin y entonces me di cuenta de la brevedad de la existencia. Miré hacia atrás y con ternura recordé todo aquello que en su momento me pareció una tragedia. Comenzaron las restricciones por salud, los achaques se agravaron, las cuentas médicas subieron. Me veía al espejo y me costaba trabajo pensar que esa que estaba allí era yo, miraba mis manos llenas de arrugas y recitaba el Dhammapada: “Comprende que tu cuerpo es apenas la espuma de una ola.” Lo que pensaba que era mío, dejó de serlo, y entonces comprendí que nunca realmente tuve nada. Entonces, se extinguió el deseo; la soledad, la lentitud, el silencio dejaron de afectarme; ya nada me ataba a este mundo. Y esperé, con una sonrisa.
septiembre 29, 2019 a las 2:22 pm #10960Gabriel Schutz
Superadministrador¡Qué hermoso texto! Las comparaciones son bastante estúpidas en general, pero asumiré la estupidez del comentario y diré que éste, para mí, ha sido, por lejos, tu texto más inspirado. También pienso que, si el arco de tu vida es tal como lo narras (incluyendo el invierno por venir), se trata, socráticamente hablando, de una vida muy bien vivida. Me parece interesante el contraste entre las imágenes del libro, en el primer párrafo, y todo lo que sigue: el otoño que sujeta las hojas en lugar de soltarlas, la primavera de encierro y no de aire a campo abierto y cielo azul, etc. Como si la vida, efectivamente vivida, es decir, el paso de la primavera al invierno (en el caso de una vida longeva) fuera en cierto modo al revés de las apariencias, o, mejor dicho, tuviera un sentido distinto por debajo de esas apariencias. Merma la energía, el sol se debilita, pero en la tierra fría, que pronto recibirá nuestro cuerpo, se ha abonado la sabiduría, y entonces la vida, en su etapa más frágil, ha sido buena, es buena: se puede recibir la muerte con una sonrisa.
En verdad muy hermoso, y muy bien escrito. Bravo.
¡Gracias por participar en el curso! Espero de todo corazón que te haya sido de provecho.
Si te gustó, por favor recomiéndalo y déjanos un review, según se indica en la última lección. Es muy sencillo y para la página es importante tener los comentarios de quienes han tomados los cursos. Que sigan las estaciones con su bella sinfonía.
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