Etiquetado: Otredad Ventana Luz Sombra YO
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Gabriel Schutz.
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julio 20, 2022 a las 2:32 pm #15859
Jorge Meléndez
ParticipanteDía 2
El vaivén cansado del árbol te relaja. Ves su sombra acariciando el asfalto y te preguntas lo que sucede entre ese espacio de iluminación perdida y el desemboque gris sobre el cemento. ¿Se puede descubrir una imagen contraria a aquellos hilos dorados? Lo curioso es que la oscuridad es perceptible si hay materia de la cual pueda manifestarse y otra de la que nazca. Olvidas lo básico antes que cualquier objeto y receptor está el mensaje: la luz. El sol está por marcharse y poco a poco la oscuridad se estira. Una mujer saca a pasear a sus perros, sustitutos de hijos que no satisficieron ese vacío maternal cuando fueron dos, tres, ni cuatro y mucho menos cinco. Pronto llegará el siguiente, te repites. Las sombras son ese elemento exterior que conforma un todo, la oscuridad que se esconde en la parte más baja del cuerpo y que sólo se exhibe bajo el mandato de Apolo o de la incandescencia de una bombilla. Los perros ladran y juegan, huelen y persiguen a los gatos que el azar reunió años atrás en la jardinera de junto. Regresas a mecerte entre las hojas, el alumbrado público sigue apagado, a pesar de que el sol se ha extinto hasta en el reflejo de las ventanas de las casas de enfrente. Los balcones del edificio de junto parecen mosaicos de televisión en espera de que decidas echar un vistazo para evaluar si la trama vale la molestia. La programación habitual: un hombre que, fatigado del trabajo, se convierte en niño y comienza a jugar videojuegos a la vez que blasfema su suerte y creencias por haber iniciado en un equipo de novatos, mientras la máquina prefiere ignorarlo; la pareja que mira lo que parece un concierto de ópera, aunque tiempo antes se han quedado dormidos, no sin primero compartir su culterana tarde por medio de las redes sociales; una mujer que insatisfecha ve a la calle y le grita al repartidor que suba, no tiene ánimos de bajar por su comida; cortinas corridas que ocultan cosas menos cotidianas, pero igualmente triviales; una señora mayor que teje entre somnolencia y recuerdos lo que podrían ser un par de calcetines para bebé, y observas hasta abajo al velador del edificio, siempre alerta.
Día 4
Ver por la ventana te ha guiado a la idea de que aun estando en la privacidad de tu casa, a escasos metros se encuentran más seres humanos. Reflexionas que tan lejos estamos los unos de los otros, realmente el espacio es más grande y más pequeño de cómo lo percibimos. Ya no ves departamentos ni casas, frente a ti se encuentran jaulas de colores estrafalarios que claramente jamás elegirías para pintar tu morada, pero tus vecinos tienen predilección por lo excéntrico y el mal gusto. Ignoras el morado, amarillo, naranja, mamey y verde, bien podrían ser la paleta de tonos de un artista daltónico. Tratas de ver más allá y visualizas la colonia, ocho cuadras de largo por tres de ancho. Todo cambió, las casas en las que a lo mucho vivía una familia de tres o cuatro fueron permutadas por departamentos que intentan disfrazar como de lujo en los que ahora viven decenas de personas. Ya no conoces a tus vecinos ni ellos a ti, los que llevan más tiempo hacen la lucha por ganar un saludo, pero carece de lógica, en menos de un año se habrán reciclado por una pareja nueva, en el mejor de los casos. Y es ahí donde notas lo obvio, lo que pasaste por alto, pero que apareció en cada una de las bitácoras ventanales. El vaivén de ramas sigue, como una marea verde que adormece tus pensamientos. Observas cada una de sus hojas, intentas contarlas y descubrir si existe una igual en tamaño, color y forma. Te preguntas si a su manera los árboles sufren en silencio la presencia humana. Ellos, siempre pasivos, regalan oxígeno y, como pago, nosotros los tumbamos si son considerados una molestia por alguna banalidad como que ensucian y rompen la banqueta. Alzas la vista al cielo, pero no hay respuestas, quizás entiendas mejor si abres la ventana.julio 25, 2022 a las 10:13 am #15870Gabriel Schutz
SuperadministradorLo que observo en este texto, pulcramente escrito y con indudable aliento literario, es una cierta misantropía que se basa, al menos en este escrito, en inferencias contingentes. Quiero decir con esto que las inferencias desembocan en la conclusión de que hay madres infelices que por eso tienen perros, personas que sólo son capaces de hacer cosas triviales, parejas que se aburren, adultos que compensan sus miserias y me pregunto de dónde surgen estas inferencias y por qué toman el camino que toman. Que la humanidad ha hecho un triste papel hasta la fecha, que, como dice aquel tango, “el mundo fue y será una porquería, ya lo sé” (Cambalache), es cierto, pero si en nuestra percepción de las cosas todo lo que alcanzamos a ver de lo humano conduce ineluctablemente a conclusiones tan desangeladas, más allá de lo que pase o no con estas personas, somos nosotros los que nos vemos afectados de manera negativa, porque sólo son inferencias e, incluso si fueran acertadas, si en efecto fueran parejas aburridas, madres insaciables, lo que sea, la perspectiva que alcanzo a sentir aquí es la de un cierto desdén, cuando también sería posible la compasión. Y esto último tiene la inmensa ventaja, no sólo de hacer brotar un estado afectivo de calidad muy superior al que surge cuando hay creencias o juicios despectivos, sino que nos ubica un nivel de mucha mayor humildad, pues en la compasión comprendemos el dolor de los otros, no estamos por encima, no nos creemos mejores. Con esto no estoy afirmando que tú te creas mejor o no, sino que el desdén produce eso y que me parece percibir en estas líneas una posición más cercana al desdén que a la compasión. Claro, por qué ser compasivos, por qué no permitirse desdeñar habiendo en el mundo tanta estupidez. A eso he intentado responder someramente.
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