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  • #13625
    Ximena Zertuche
    Participante

    Mi abuela materna nació en la Ciudad de México en 1937. Su papá era un contador de carácter dulce, bromista, cariñoso y agradable. Mientras que su mamá, ama de casa, tenía un carácter difícil. Ésta tuvo una vida dura al no conocer a su papá, perder a su mamá desde joven y ser educada por una tía que la maltrataba. El padre de mi abuela era cariñoso con sus hijos; contrario a su esposa que era exigente y estricta. Mi abuela fue la mayor de 7 hermanos, de los cuales dos murieron al nacer. Por ser la mayor se le enseñó que ella tenía que hacerse responsable de los demás y a veces hasta fungir como si fuera la mamá. Como su madre no era atenta con ella, encontró refugio en los libros y estando enferma porque ese era el único momento en que la dejaban tranquila. Contrario a lo que sus papás querían, ingresó a la carrera de historia en la Facultad de Filosofía y Letras en CU y fue parte de una de las primeras generaciones en estudiar ahí. Me dijeron que era tan guapa y elegante que quitaba el aliento. Cuando caminaba por la facultad, los hombres se salían de su salón para admirarla.

    Terminando la carrera trabajó un tiempo y a los 25 se casó. Para la época decían que ya era una “quedada” y su madre la presionó mucho para que se casara lo antes posible. El hombre con el que se casó tenía una personalidad similar a la de su papá: muy dulce, generoso, gentil e inteligente. Mientras que ella comenzó a parecerse más a su mamá. Con sus hijos fue severa, poco afectiva y no estuvo presente para ellos porque constantemente decía que se sentía mal. A mi mamá por ser la mayor, la obligó a hacerse cargo de sus hermanos y de la casa. A veces hasta de asumir el papel de esposa por ser la que acompañaba a mi abuelo a sus viajes de negocios o cenas del trabajo. Se refugió en sus supuestas enfermedades físicas y en sus depresiones para alejarse del mundo. Hizo de los otros sus antagonistas porque decía que no la valoraban y la trataban mal, aunque su familia siempre estuvo al pendiente de su salud. Se quejaba porque los otros la abandonaban, pero cada vez que alguien la visitaba se dedicaba a quejarse e insultarlo. Ya fuera la ropa, no tener una pareja, la forma de actuar, los intereses… Todo era motivo de reproche. Su mirada era insoportable, te observaba fijamente para encontrar algo que estuviera mal en ti. A su familia la trataba como una bola de inútiles e ingratos y ella creía ser la sensata y la que siempre tenía la razón.

    Ni con sus nietas fue más benevolente. No ser muy femenina, ser muy estudiosa, comer mucho, no ser más coqueta y hasta no saber llevar una charola eran motivos de crítica. Sus palabras lacerantes por mucho tiempo se quedaron adheridas a mí, haciéndome vivir con temor y reprimiendo mi forma de actuar. Ella me inculcó un fervor religioso del que hasta la fecha no he logrado desprenderme del todo. Me hizo crecer sintiéndome culpable, creyendo en el pecado e intentando ser una buena mujer. La buena mujer es siempre delicada, servicial, casta, pulcra, vanidosa y abnegada. Para poder “realizarse” como persona requiere casarse joven y procrear lo antes posible. Mi escaso interés por tener hijos y mi preferencia por los libros, provocaron que muchas veces me ridiculizara. Diciéndome que cuando “me quede a vestir santos” y mi “reloj biológico deje de funcionar”, me sentiré incompleta. Mis aspiraciones y mis deseos nunca eran escuchados, lo único que importaba era su palabra. Creía ser poseedora de la verdad absoluta, aunque sus fuentes de información solían ser la televisión o La Biblia. De esta señora desagradable conservo pocos recuerdos placenteros, pero sí muchas enseñanzas. Aunque es una de las personas más despreciables que he conocido, me enseñó algo muy importante: todo lo que no quiero ser en la vida. No quiero ser una persona que se siente superior a los demás, los humilla, que exige sin dar nada a cambio, a la que su familia le teme y a la vez la detesta, por la que sus hijos tuvieron que ir años a terapia para comprender que no eran malas personas. Soy una mujer libre, independiente, fuerte, creadora de sus propios valores, que se preocupa por los demás y que sigue su propio camino, no el que le dicen que debe seguir.

    #13636
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Supongo que esto es algo que ya has procesado largamente, pero el hecho de que hayas puesto en palabras de manera tan clara, tan enérgica y contundente este antimodelo que ha sido tu abuela para ti, quizá contribuya un poco más a liberarte de su impronta.

    Algo interesante es que hay un cierto suspenso, porque se plantea, al principio, un cuadro donde parece que tu abuela conseguirá no repetir la historia, sobre todo por esa decisión tan aparentemente libre de estudiar historia en CU, incluso cuando la carrera apenas si estaba establecida. Es triste ver cómo al final su historia personal, sus condicionamientos, terminan por dominarla y amargarle la vida (y hacer que ella se la amargue a otros). Este giro, sorpresivo, sobre todo por el hecho de casarse con un hombre dulce e inteligente, viene secundado por un segundo giro, que es el tuyo propio, el de tener muy consciente que tú no quieres repetir la historia de tu abuela (que es en parte la historia de algunas mujeres de tu familia). Contigo, en principio, se rompe ese condicionamiento. Tú te beneficias en primera instancia y quienes te sigan, especialmente las mujeres que vengan “detrás de ti” (sea que tengas hijos/as o no), se beneficiarán también. En ese sentido es un acto trascendente.

    No sé bien cómo hayas vivido la escritura de este texto, pero a mí (quizá fantasiosamente) me da la idea de una especie de liberación, casi de exorcismo. Te felicito, hiciste un gran trabajo.

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