Me ha enseñado a ir despacio

[Gustavo Hernández]

El ejercicio con el arándano me resultó relajante y gratificante. Nunca había escuchado el sonido de un arándano. Crepita cuando resiste la presión entre mis dedos. Poniendo atención a su cartografía, me enteré de que en apariencia es rugoso, sin embargo, su textura está más próxima a la de una goma. Al observar sus matices no pude evitar evocar el recuerdo de una costra de sangre. No le encontré olor alguno.
Creía que el sabor de un arándano era al contacto con la lengua, pero hoy me entero de qué no es así. Sólo libera su sabor cuando los dientes hacen la primera y la segunda escisión; primero un ligero pero perceptible tono ácido que exalta las amígdalas, luego el sabor se torna dulce y se apaga conforme mi boca segrega saliva, correspondiendo a la excitación.
Cuando el ejercicio terminó quise llevarme una cantidad mayor de arándanos y mastiqué. Me di cuenta de que en conjunto el sabor no cambia pero se magnifica, siendo también más duradero.
Ignoraba que un pequeño arándano pudiera entregarme una experiencia tan extraordinaria.
Cada mordida causa una sensación. Es como… poesía.

[Gabriel Schutz]

En efecto, es poesía y no porque el arándano presente una cualidad particularmente dada a lo lírico, sino porque TU DISPOSICIÓN era de total apertura a LO QUE ES. En otras palabras, la experiencia no estuvo condicionada ni por tus ideas sobre los arándanos ni por prisas u otras circunstancias que habrían eclipsado ese contacto. Lo interesante del ejercicio es que muestra, en una escala pequeña y asequible, qué sucede cuando nos disponemos con total apertura a la experiencia. A fin de cuentas, el estoicismo, dicho en términos un poco líricos, como para acompañar el sentido poético de tu experiencia, no es sino “abrir el corazón”. De ahí la idea estoica del amor fati: amar el destino. Pero irás viendo esto de a poco a lo largo del curso. Me alegra mucho que esta pequeña experiencia haya sido significativa para ti.

[Autor]

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