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  • #14097
    BonifaciaBonifacia
    Participante

    ¡Cuánto extraño aquella época!
    Con emoción nos montábamos los ocho, en el viejo taxi de papá, más algún invitado que venía con nosotros a pasar las vacaciones en Aguanegra, el campo donde nacieron mis padres. Tierra de caciques, pequeños terratenientes con una casa “grande”, una esposa y unos hijos de esa esposa y de esa casa. Aparte, tenían queridas, criadas, con las que también tenían hi. Juan, mi abuelo, tuvo 48. Aguanegra tenía sus propias leyes y sus habitantes estaban hechos a ella: trabajar pa´l taita y, mientras la vida pasa, amar, amar a escondidas o de frente, pero amar.
    Los caciques se intercambiaban las queridas, diseminadas por Aguanegra. Los hijos de ellas, los futuros peones.
    Mi padre, un peón, hombre rebelde, indómito, de corazón salvaje y amoroso, decidió abandonar el campo, labrar un camino diferente, con otros paisajes… y otros amores.

    La niña Hortensia formaba parte de esas mujeres diseminadas. A los 13 años tuvo su primer hijo y a los catorce tuvo a mi madre. Siete hijos, cada uno con su propio padre.
    Hortensia, oda a la alegría y al amor, siempre celebrando la vida. A los cincuenta años “El Señor tocó su corazón” y se hizo evangélica. Era analfabeta y a esa edad aprendió a leer para conocer la palabra “del Señor.” Después, daba doctrina. Hoy tiene 95, profesa una fe inquebrantable que le sale del alma…

    Mi madre, una niña entregada a su madrina para que le criara porque su propia madre era una niña. Se “arrejuntó” con Santiago y se fueron a vivir a Caracas, a engrosar la franja marginal que se comenzó a gestar por los años 70, producto del boom petrolero, cuando se comenzaron a vaciar los campos venezolanos. Opuestos en su forma de expresar el amor, formaron una familia de 4 niñas y dos niños. Con pobreza material, pero con una gran riqueza de valores, convicción, cerebros privilegiados y corazones de oro. Éramos el clan de los Silva en la escuela, destacábamos por ser alumnas/os de calificaciones sobresalientes y amigas/os con una casa llena de amor para recibir toda la gente que quisiera venir. Mi padre acogió en casa a muuuchos de sus familiares que también huyeron del campo a la ciudad.

    Aguanegra seguía siendo el verdadero hogar de esos inmigrantes y de sus descendientes. No faltaba ocasión para celebrar: vacaciones de agosto, diciembre, semana santa. Ahí delante tengo mi historia. Oigo sus voces.
    Me acuerdo clarito de aquel diciembre cuando, por primera vez, fuimos a recibir el año en casa de mi tía Selenia, aquel paraíso lleno de primos, primas, tíos, tías, abuelos, abuelas, peones y ¡tanta alegría! La casa grande de mi tía, con patio infinito habitado por enormes árboles de mamón, ciruelos, almendrones, merey, jobos. Me acuerdo de mi vestido verde —no sé por qué— era una tela tan rica, tan suave, tan verde… me hacía sentir como una mujer grande y los hombres piropeándome… había muchos y me gustaban, creo que me enamoré de todos a la vez —fue mi primera experiencia “multiamor”, aunque el amor por Chelo fue el que triunfó. Bueno ¿triunfó?, digamos mejor que fue el que duró ese diciembre hasta el final. Chelo me miraba, me hacía arder algo por dentro como cuando echas una empanada al aceite caliente y borbotea… ¡Claro!, nos mirábamos a escondidas, no vaya a ser que mi abuelo nos viera, ahí sí que se prendía el zaperoco y ñisque pa´to´elmundo.
    Recuerdo cuando empezó a llegar la gente a caballo, los músicos, la algarabía, la celebración por el reencuentro. Íbamos a recibir el año 1977 con arpa, cuatro y maracas.
    ¡El sonido del arpa!
    Me impresionó ver a la gente joropeando y pensé “nunca podré zapatear así”.
    ¡Maldita premonición!, cuarenta y dos años después se ha cumplido íntegramente.
    ¿Y la matanza del cochino? ¡Madre mía! Eso sí que era una fiesta: los abuelos, los tíos riéndose, gozando la matanza… recuerdo a José y Euclides, friendo las carnitas en medio del patio …aquellos olores a leña, a campo, a bosta, a tierra libre, a fogón, a comida cociéndose a fuego lento cargado de amor, de pasiones furtivas, de besos robados y de corazones rebosantes como los rostros de los hijos de mi tía Selenia. Olor a maíz recién pilado, aderezado por la fuerza de la mujer que pila maíz de hacer cachapa de budare. Recuerdo el canarín gigante para hervir el maíz cariaco, de arepa y carato, el hervor de la esperanza de esas mujeres, muchas veces condenadas por el destino y otras tantas redimidas por sus pasiones. ¡Ummmm!, ese carato que hacía mi abuela …nunca más volví a tomarlo. ¿Y el queso de mano?, mi tía Irma haciéndolo y el muchachero alrededor …combinado con panela envuelta en hojas de no sé qué, creo que eran de plátano, ¿o de maíz? Envolturas que escondían las picardías de los tíos, como la de Miller que se robaba los papelones cuando niño porque en su época: dulce solo para los adultos. Los niños no tenían derechos…
    ¿Y los bizcochuelos de mi abuela Hortensia?, eso es demasiado ya, sabor indefinido pero nítido, que no sabes si es papelón o es clavo de olor… si es trigo, si es arroz. El secreto queda guardado en la paciencia al batir los huevos, en el tormento del corazón de una mujer que ama y lo entrega todo a un hombre que no sabe si mañana volverá a su catre o calentará el chinchorro de otra, mientras ella espera a que llegue el siguiente que la calentará por un rato, y le dejará otra huella indeleble, otro hijo, otro futuro peón para la casa grande…
    Me niego a creer que ya no haya quien haga esos bizcochuelos.
    ¡Y la leche recién ordeñada! Lista para hacer dulce de leche —tesoro que rellenará el pandehorno de la abuela Rosalía— un tesoro mezclado con tristezas, añoranzas y desilusiones. ¿Dónde se quedó eso? ¿Dónde está esa manera tan personal de decir te quiero para recibir un año nuevo?

    • Este debate fue modificado hace 2 años, 7 meses por BonifaciaBonifacia.
    #14101
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    ¿Dónde se quedó eso? Es una gran pregunta final y una gran pregunta inicial, o mejor, iniciática. ¿Dónde se quedan las experiencias? ¿Dónde queda todo lo que hemos vivido hasta el instante infinitesimalmente anterior a éste?

    Los hechos como tales, por supuesto, ya no existen, pero queda algo y tu texto lo transmite con gran vivacidad, al punto que un lector en principio ajeno a todo eso puede hacerse una idea y habitar por un momento esa atmósfera, respirar el aire untuoso del campo, los olores, las comidas, la excitación de las fiestas, las hormonas bullentes, e incluso sentir la nostalgia que sientes por todo eso. Ahí es donde se teje el puente. Mi historia es muy distinta, pero puedo sentir profundamente la nostalgia de tu texto, incluso si mi nostalgia es por otras cosas, porque, más allá de si en tu caso son arepas y en el mío torta fritas, la sensación que me da es que en aquel tiempo todo era burbujeante como las empanadas en el aceite, todo se aparecía más deslumbrante, más asombroso, en cierto modo más real, y creo que ésa es una experiencia universal, incluso si es una experiencia universalmente fallida, quiero decir, si hay en esto una mirada idealizada, romántica del pasado (“a nuestro parecer, todo tiempo pasado fue mejor”), si los recuerdos se han revestido de cualidades o colores que de hecho no tenían cuando fueran vivencias (¿quién podría afirmarlo o refutarlo?). En tu caso, parece, además, que la infancia y la adolescencia fueron particularmente felices y lo que más me sorprende es ese clima de libertad, incluso en lo sexual, donde todos parecen saber de todos y dejan vivir. Los abuelos, Juan y Hortensia, se desdibujan un poco en el torrente de experiencias, pero da la impresión de que el ordo amoris que dejan, a modo de legado, es precisamente esa libertad, ese desenfado, ese modo festivo de vivir. Por otro lado, me parce que también es importante poder tomar distancia y ser críticos con lo que hemos visto y oído de nuestros ancestros, porque a menudo heredamos de manera totalmente inconsciente un conjunto de creencias que damos por verdaderas e incluso afirmamos testarudamente, pero que pueden ser muy limitantes. Quizá sería bueno que ensayaras eso también. La parte festiva ha sido una delicia.

    #14103
    BonifaciaBonifacia
    Participante

    “…a menudo heredamos de manera totalmente inconsciente un conjunto de creencias que damos por verdaderas”… o de miedos: “a mí no me va a pasar eso, yo seré libre”… y, creyendo que eres libre, vives presa en “algo” que no sabes bien qué es. Me he pasado la vida tratando de develar ese misterio, de terapia en terapia, huyendo conscientemente del machismo en el que me crié como algo natural y “persiguiéndolo” inconscientemente porque mi imaginario de “hombre” lo llevo tatuado… y así me va. En una contradicción constante, muchas veces, asumiendo el rol “del hombre de la casa” y, al mismo tiempo, el de la mujer “sufrida”.
    La nostalgia del inmigrante parece que es “universal” como tú dices. Recuerdo cuando leí El amor en los tiempos del cólera, la forma como lo retrató García Márquez fue una cosa que me impresionó mucho y yo todavía ni soñaba que iba a ser una inmigrante.
    Gracias, Gabriel, disfruto mucho estos “ejercicios”

    #14175
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Me alegra mucho que disfrutes de los ejercicios, Bonifacia, gracias por dejármelo saber.

    Es verdad, heredamos infinidad de miedos también (los miedos se basan, lo mismo, en creencias). A veces los procesos de conscientización, de hacer consciente lo inconsciente, tardan mucho, porque no se trata únicamente de poder intelectualizar o racionalizar algo, sino de que ese DARSE CUENTA sea un golpe rotundo de consciencia a partir del cual un cierto condicionamiento simplemente deja de tener poder sobre nosotros. Los versos de Blake sobre el día en que “su Humanidad despierta y tira el espectro al lago” hablan de esto.

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