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    Mi espectro y yo en los sueños

    Recuerdo algunos sueños con singular detalle y alegría, otros con cierta duda y hasta pavor; otros muchos simplemente desde la sensación, porque soñar se volvió para mi en un menester de reflexión y enseñanza de casi todos los días.

    Para mi quizá, estos son los espectros de la manera más ostentosa que puedo compartir: el recuerdo de casi todas las noches. Por ello traeré a este espacio, breves síntesis de los sueños más simbólicos que recuerdo y de los que vaya viviendo en estos días.

    I. La cobija naranja

    Era tan niña y tan temerosa; como me atormenta (ba) la muerte y la perdida. Ella estaba ahí; montada en un caballo grande y blanco, tan grande como quien necesita una escalera para treparlo. Ella firme, estoica y retórica con mirada fija al horizonte a la orilla de la inmensidad. Sus labios apretados y quijada en un ángulo de más de noventa grados; como una rejoneadora, pero sin banderines.
    Sólo maniobraba una inmensa cobija naranja; cobija que me parecía por demás, la cobija más horrible de las cobijas del universo; era mucho más grande de lo usual y cotidiano, tan grande como cobijar a una docena de sin techo en una noche de invierno; tanto que el mismo peso la hacía caer a las aguas profundas y oscuras del mar que la comía.
    El mar cuyas olas la llevaban a lo más profundo de su obscuridad y en medio de ese mar tenebroso, una fabrica como de la época soviética en su etapa más decadente; la absorbía, la chupaba a un ducto sin fin, y yo; yo sabía que, si la soltaba de mis manos, sería la última vez en que la vería. Cada uno de los dedos y por tanto cada mano se me escaparon, como se me escapó el alma en ese momento. Desperté de la conmoción y el llanto; no lo dude, corrí a abrazarla por la madrugada, y ella estaba ahí, reposada en su cobija naranja ¿Ya comenté que era realmente era una cobija espantosa? ella simplemente me abrazaba y me llenaba de calma.
    A algunos años de distancia, he resignificado este y otros sueños con el tremendo miedo a la perdida y a la muerte de las personas que amo.

    II. Algo de zafarí en casa

    Era una temporada de persecuciones; a veces por gigantes, a veces sólo por alguien o algo que no tenía definición. En este sueño en especifico era una horda de animales complejos. Y cuando me refiero a animales complejos es simplemente porque tratando de categorizarlos serían lo más parecido a lo que se puede encontrar en África con un poco de amazonas; pero con algunas peculiares singularidades desde reptiles de más de tres ojos, rinocerontes de dos cabezas, cuellos de jirafa no precisamente rectos, leones extremadamente cabezones en cuerpos de perros chihuahueños; hipopótamos con orejas de conejo; y un sinfín de híbridos y pintorescos animales todos ellos habitando en uno de estos inmensos complejos habitacionales de vivienda social y hacinamiento; deambulando como quien anda por la fauna de Tanzania.

    Comentaba en un inició de la temporada de persecuciones y esta no era la excepción; yo toda una seudo Indiana Jones sin sombrero, sin linterna o látigo de defensa, pero si con ese gran ímpetu de adrenalina que me mantenía al frente de esta horda de animales corriendo, escapando, escalando los edificios y saltando de techo en techo apoyándome de las lianas donde se paseaban los monos cara de niños. El nivel de escapismo en el cual estaba inmersa supera cualquier personaje heroico de película de Hollywood. Lo más grandioso de ello al igual que en otros tantos sueños donde además de la constante persecución, también estaba la constante del vuelo. Esa sensación de elevarse poco a poco despegar los pies del suelo a la par de un profundo mariposeo en el estomago y viendo desde el aire a toda esa horda de animales confusos, la recuerdo como realmente maravillosa.

    No recuerdo tener la sensación de miedo, aún de la persecución, quizá porque sabía que bajo la manga estaba mi jocker capaz de elevarme y salir victoriosa, o quizá porque ni si quiera me querían hacer nada. Pero el entorno; el entorno era justo una caricaturización con de mi habitad de cada día, porque además de esos animales extraños, el ecosistema era como el de una selva y otras secciones como una estepa bella africana, pero entre los muros de concreto de esos edificios de dos torres de 4 pisos elaboradas en serie, con el mismo formato, con los mismos colores opacos y tristes; pero en esta ocasión llenos de color por el abordaje de la naturaleza.

    De niña no siempre (o casi nunca) hubo al despertar una reflexión simbólica de lo acontecido en el sueño; a veces sólo era la sensación en el estomago o la clarividencia de los colores, las figuras, las rarezas y en este zafarí no era la excepción. A tiempo de distancia y desde la perspectiva “adulta”, y en ese sueño en especifico, sólo pienso en que aquella colonia donde yo vivía, en ese complejo habitacional o “República hermana del Sauz” como le llamábamos a veces en broma; no distaba mucho de raros especímenes de personajes complejos (por ejemplo como una mujer temida que le apodaban La Camelia), de continuas persecuciones entre los distintos “barrios” de la colonia, o incluso de sentirme esa Indiana Jones con muchas de las amistades contemporáneas de aquel entonces, con las que de repente trataba de influir con mi visión académica y profesional que iba construyendo, quizá en muchas ocasiones sin darme cuenta que era mucho más lo que aprendía yo de muchas personas en aquel entonces.

    #13100
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Es difícil para mí decir algo sobre este texto. Es obvio que tienes facilidad para escribir, que hay pasajes muy bellos, pero me parece un texto que no admite demasiada intervención, pues los sueños que narras ya están muy elaborados y, en ese sentido, no presentan propiamente espectros, al menos no bajo la acepción que se busca alentar aquí. Es cierto que los sueños son «espacios» donde afloran simbólicamente muchísimos fenómenos, algunos de los cuales, sin duda, pueden ser espectros, pero yo no alcanzo a verlos aquí, porque sentirte una Indiana Jones, de niña, no es propiamente un espectro, tampoco el temor a perder a las personas que amamos. Un espectro, en el sentido que quisiera estimular en este espacio para que sea investigado, es algo que creemos ser, que asumimos como parte de nuestra «naturaleza esencial», cuando sólo es una proyección, un condicionamiento, quizá un rol que interpretamos para complacer inconscientemente a otros, o por un sentido del deber que nosotros no hemos generado, sino introyectado acrítica e inconscientemente. No sé si esto que digo es claro, pero va más o menos por ahí, y la posibilidad de advertir esos condicionamientos inconscientes, esas fantasmagorías que nos gobiernan, puede ser una gran oportunidad para liberarnos de eso (para arrojar el espectro al lago). Ése es el propósito que persigue el ejercicio. No es que lo que has hecho esté «mal», en absoluto (pero sí quisiera pedirte que te atuvieras, más o menos, a la extensión sugerida, pues me es muy difícil poder leer todos los trabajos si se extienden demasiado), el texto es bello, las imágenes son poderosas, está poéticamente escrito, tiene fuerza evocativa, etcétera. Pero aquí la idea es poder utilizar la escritura como un instrumento de autoobservación que nos permita darnos cuenta de algo significativo en el propio proceso de escribir. No se trata tanto de reportar los insights que hemos tenido antes, sino de abrir un espacio que traiga esos insights a través de la escritura misma.

    Espero estar siendo más o menos claro; si no es así, no dejes de decírmelo. Y si quieres hacer de nuevo el ejercicio, con base en las sugerencias que acabo de formular, adelante, te leo con gusto; pero si prefieres seguirte con el de la tercera semana, está bien también.

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