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  • #13035

    Querida Blanca María:
    Hace 40 años que llegaste a mi vida, como un fantasma que adhirió la nada de su existencia a la mía. Ese día me quitaron el yeso del pie derecho que me había fracturado y ahí estabas, eras una mancha blanca en el tobillo, al principio no le dimos importancia, pero luego apareció otra igual en el otro tobillo, en rodillas, codos… brazos, dedos, el color poco a poco se ausento de mi piel, como si tú te fueras silenciosamente apoderando de todo mi ser.
    Los médicos dijeron que era por “nervios” por enojarme, por estar triste. Mis padres se dedicaron a regañarme por sentir, hasta que yo misma terminé aterrorizándome de mis emociones. Así, tú no solo te quedaste en mi piel, sino que tomaste el control de mi mente para no sentir, prohibiste llorar, temer, angustiarse, enojarse.
    El color siguió desapareciendo; tú te burlabas de mí cada con cada nueva mancha, recuerdo tu rostro en el espejo; -¿ya ves lo que te pasa por enojona, anda sigue, sigue llorando, que no te puedes controlar?- Viví mi adolescencia, soportando tu regaño por sentir; me refugié en leer, leer, leer, todo lo que caía en mis manos, así podía vivir la vida de otros, las emociones, el dolor, la ira, de los otros, y ahí no estabas tú para reprimirme.
    Los primeros años podíamos salir juntas a la calle, ni tú ni yo creíamos que fuera malo, pero la gente preguntaba, me miraba recelosa, algunos se retiraban de mí, otros me daban remedios para eliminarte, y tú comenzaste a odiar a la gente, y yo a ti; hice todo lo necesario para que te fueras: médicos, cremas, tratamientos… y tú seguías ahí burlándote de mí cada noche en el espejo, después de quitarme la ropa y el maquillaje que te cubrían, te convertiste en mi peor enemiga; estabas decidida a ser notada y yo a ocultarte; recuerdo la angustia, el palpitar en mi pecho cuando alguien te notaba en el pliegue de mi escote, y que decir de aquellos días terribles en que había que ir a la playa, a la alberca, al médico, al campo, y era inevitable mostrarte; aun me atormentan tus terribles carcajadas, ¿era necesaria tanta crueldad?
    Cuando mis hijos nacieron, y yo tuve que asumir ese rol de profesional, ejecutiva, dueña de mí misma, no podía permitirme que nadie supiera de tí, porque tú representabas mi vulnerabilidad, mi miedo, el dolor, la angustia que yo no había sido capaz de controlar; así que cada día hacía meticulosos rituales para ocultarte; y tú jugabas el juego, ibas calladita durante el día, aunque sabía que al final del día, aparecerías frente a mí con tus carcajadas de gozo, con tus palabras para hacerme sentir lo patético de mis esfuerzos por ocultarte.
    Pasé todos esos años, ignorando tu existencia, en control total de mis emociones; sin atreverme a hablar siquiera de ti, con nadie, pretendiendo ignorarte. Luego, burlona, te hiciste presente en forma de dolores musculares, gastritis, ataques de pánico, insomnio, etc.
    Cuando murió mi madre, hace 9 años, supe que me habías ganado la batalla, que habías logrado que ni una lagrima, ni atisbo de dolor apareciera en mí, logré el completo control de mis emociones, tú habías ganado, me convertí en esa mujer que lo controlaba todo, eficiente, exitosa, enfocada. No reconocí tu triunfo, pero seguía sintiendo ese terrible vacío, al negarte, te dedicaste a comerme por dentro, esa hambre insaciable, seguías siendo tú.
    Hasta que murió mi abuela, lo supe cuando la ví morir aterrada por su propio miedo, negada a tu propio ser y a su propio dolor, cuando entendí tu triunfo sobre mí, entonces te pude volver a mirar en el espejo y levantarte el brazo. Me dejé caer ante ti, derrotada, sin fuerzas, y solo entonces me dejaste otra vez llorar.
    Han pasado años ya, en los que he intentado reconciliarme contigo, entenderte, mirarte, reconocerte, no ha sido fácil, y aunque apenas hace algunos meses que logro llevarte conmigo a la vista de todos, aun no sé cómo integrarte o dejarte ir. Pero hoy por fin te puedo llamar por tu nombre.

    #13039
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Algo que encuentro especialmente llamativo es que, a pesar de lo que se dice en la línea final, el espectro nunca es propiamente nombrado (en el texto, claro está), sino sólo aludido a través de sus manifestaciones: el espectro como mancha, como somatización emotiva, como pudor o vergüenza. Y yo no sé si estoy interpretando mal o sobreinterpretando, pero a mí me parece que ese espectro tiene un nombre y que ese nombre, lo diré con el mayor de los respetos, porque no veo nada malo en ello, es vitiligo. ¿Es así? Si no, supongo, será alguna otra expresión de la piel.

    Ahora bien, algunas expresiones del cuerpo o la mente, o mejor, del cuerpo-mente cargan con estigmas. Por ejemplo, las personas que tienen cáncer, se dice o se piensa, es porque han «odiado» o reprimido sus emociones negativas. ¿Y si es así qué? Acaso no hemos sentido, todos sin excepción, odio alguna vez y aun más de una vez? ¿No tenemos emociones negativas que buscamos a veces reprimir? ¿Y cómo saber si esa predisposición a desarrollar cáncer no viene de mucho más atrás, de un dolor heredado a través de generaciones previas? ¿Qué clase de autoridad moral se arroga quien estigmatiza?

    Yo no sé si el nombre de tu espectro sea vitiligo o no. Sé que los estigmas no son en general más que las proyecciones de nuestros temores y miserias y que toda nuestra concepción acerca de las enfermedades, como algo que debe ser motivo de lástima o vergüenza, es un inmenso malentendido. Hasta donde soy capaz de decir algo sobre esto, las enfermedades no son más que mensajes: podemos atenderlos o desatenderlos, eso es todo. Atender el mensaje que trae consigo un padecimiento implica, en muchos casos, descartar el mensaje que viene desde la sociedad u opinión común acerca de la enfermedad. La enfermedad te dice: atiéndeme, siénteme, siente; la sociedad te dice: ocúltalo, niégalo, desaparécelo. ¿Cuál es la voz de la verdad aquí?

    Integrar, la palabra que utilizas hacia el final, es muy justa, porque supone el no-rechazo, sin asumir tampoco una identificación con esa condición, lo que sería igualmente errado. Uno no es su enfermedad, como no es su sexo, su nacionalidad, su ocupación, sus roles. Uno es todo eso y mucho mucho más. Entonces, integrar quiere decir darle su espacio en la totalidad de lo que eres, sin rechazarlo y sin reducirte a ello.

    #13042

    Sí, efectivamente, es Vitiligo. Uff, me doy cuenta con este ejercicio, que efectivamente ni siquiera me atrevía a llamarlo por su nombre llano, y simple; ahora veo cuanto me aterraba ese espectro. Sin embargo, con el solo hecho de escibirlo me parece tan insignificante, como cuando prendes la luz, y te das cuenta que el terrible fantasma era una prenda colgando del perchero.

    Me ha gustado mucho esa manera en que lo llamas tú “expresión de la piel”, como enfermedad, como condición es sólo una expresión de mi cuerpo, de mis emociones, pero no soy yo. Esta frase tuya me ha revelado mucho “La enfermedad te dice: atiéndeme, siénteme, siente; la sociedad te dice: ocúltalo, niégalo, desaparécelo. ¿Cuál es la voz de la verdad aquí?” yo viví siguiendo ese mandato social, de ocultar, negar, desaparecelo, y así negaba mi propia expresión; y callaba esa voz que me pedía atención a lo que la enfermedad quería expresar, hace tiempo que trabajo con este tema; pero hacer este ejercicio me ha dado claridad, para sentarme a escuchar lo que esa voz me quiere decir e integrarlo, sin identificarme más con la enfermedad, ni negarlo, solo aceptar, y quizas sublimar lo que quiere expresar.

    Gracias.

    #13043
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Me alegra mucho leer esto, María Belén. Saludos, que estés bien.

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