La muerte está siempre presente en mi cabeza. Cuando me llama mi mamá y se le escucha alterada lo primero que pienso es en que alguien murió. Cuando camino por las calles de mi peligrosa ciudad pienso en que algo puede caer sobre mi cabeza, que pueden acuchillarme o un camión aplastarme. Es constante. Son representaciones catastróficas que se han vuelto un hábito. Sin embargo reconozco que tal vez no soy completamente consciente de que sí puedo morir, pienso que es imposible realmente convencerme de eso. Existe una barrera que impide enfrentar esa idea de finitud absoluta: voy a dejar de ser. ¿Cómo entender del todo que un día voy a dejar de ser? Cuando lo pienso, asiento, y digo: sí, así es, pero finalmente no me la creo. Durante la semana he escrito muy breves anticipaciones y cuando comencé a escribir la anticipación de mi muerte me sentí extrañamente aliviada, no quisiera compartirla por aquí porque resultó demasiado personal, pero me gustó el ejercicio porque por fin pude detenerme un momento y meditar sobre el dolor de mi madre y de mis hermanas, ¡qué agonía sus rostros! Es liberador pensar en morir antes de que mueran mis más amados seres, también lo es el someterse a la idea de que al fin voy a descansar de mí.