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    Todos los días miro largo rato por esta ventana, su paisaje es lo que veo todos días antes de cerrar los ojos. La montaña al fondo todos los días guarda al sol en sus entrañas provocando que el cielo azul intenso se incendie con rayos rojos y naranjas, las nubes blancas, rebosantes de luz me avisan que efectivamente el cielo debe ser un mejor lugar que este que veo al bajar la mirada, la calle está llena de baches, un contenedor de basura en un terreno baldío deja ver la lo que los humanos somos capaces de producir día con día.
    Hace unos meses no existía la plaza y las casas que comienzan a tapar el monte verde en que perdía en las tardes, casi como Cézanne; tampoco estaba el vecino del edificio de enfrente que gusta de hacer fiestas entre semana y gritar las canciones hasta las cinco de la maña. Ayer vino la patrulla, pasó lo que era de esperarse, hablaron un momento con ellos, se retiraron y volvió la fiesta. En realidad, a mi no me molesta, resulta más irritante el ronquido de quien duerme a mi lado que la música que me acompaña en mis largan noche de insomnio, de hecho, a veces me alegra la fiesta, me recuerda momentos que no querían acabar, pero tenían que, pues estaos condenados a crecer, a pasar, esos recuerdos me dibujan una sonrisa siempre y también me permiten respirar. Me recuerdan respirar al ritmo de las olas del mar, me calman. Luego el ronquido me altera y vuelvo a despertar.
    Me gusta mirar por mi ventana, las estrellas en el cielo claro lucen simplemente hermosas y la luna en su infinito ciclo me motiva, la veo como día a día se fana por completarse y una vez llena de luz, alumbra a los seres opacos como yo. Al día siguiente los destellos de la mañana me indican que es hora de empezar un nuevo ciclo, en seguida escucho el ruido de la pueta que abre el vecino que todos los días sale a las seis de la mañana, definitivamente es hora de levantarme, comienza el día y vuelvo a mi ventana hasta la tarde cuando el sol arde y mis hijos tiran constantemente a gol en el paredón que delimita la casa, me gusta verlos jugar, reír, intentar, soñar, incluso pelear pues pienso que es el primer lugar donde pueden aprender a ser determinantes y poner límites al otro. Es un tema en el que pienso mucho, el otro. Mirando la ventana a veces sueño que vivo sola en una preciosa cabaña inmersa en el bosque con Nadie.
    Nadie me acompaña
    Nadie me cobija
    Nadie me escucha
    Nadie me asombra
    Nadie es una maravilla que en silencio está conmigo disfrutando del silencio, de la calma, del ruido, de los olores del bosque, del café, de los libros, de Soledad.
    Cuando el sol desaparece vuelvo a mis labores y regreso a mi ventana cuando el manto estelar cubre la tierra y las luces de la ciudad alumbran las calles mojadas. Agradezco haber terminado otro día y me preparo para dormir, cuando no lo logro recuerdo que cuando mi hijo era un bebé y despertaba en la madrugada lloraba sin parar, desesperado de sueño y yo lo cargaba y le decía: solo cierra tus ojos, deja de llorar y cierra tus ojos, el sueño vendrá y mañana después de descansar tendrás una sonrisa. Hoy me resulta tan absurdo, porque al cerrar los ojos veo luces que me marean, veo rostros que desconozco, siento ansiedad de caer a un vacía y me duelen todas mis cicatrices. Entonces me siento a orilla de mi cama y observo la calle a veces hasta que el cristal estalla de luz.

    #15518
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Una ventana insomne, en la que se deja ver un patente contraste entre el esplendor natural y el desencanto ante lo humano, ante la vulgaridad, el ruido, el fatal paso del tiempo que deja atrás los juegos de infancia y las fiestas de juventud. Es curioso que el responsable de los ronquidos permanezca anónimo y que, en cambio, el deseo tenga que ver con ese Nadie que acompaña y cobija sin ejercer la menor molestia. ¿Quién es ese Nadie? ¿Es posible encontrarlo? ¿Es posible sentirse a solas sin el menor rastro de soledad? Y si es así, ¿cómo?

    Tu intuición sobre ese Nadie, es decir, ese SER que sin embargo no es ente (por eso es Nadie) me recuerda a algunas tradiciones antiguas, desde el budismo, donde el fundamento de todo lo que existe es un vacío primordial (sunyata), un vacío claro, espacioso y radiante que nos constituye, por supuesto, también a nosotros, hasta algunas ideas de teología negativa, según las cuales no se puede decir qué es Dios, pues por definición no cabría en ningún concepto, sino qué NO es. En cierto modo, es Nadie. Y es Todo. Pero, más allá de especulaciones teológicas, ¿cómo invitar a Nadie a que comparezca? ¿No será que uno mismo debe volverse Nadie, despojarse de toda traza de identidad egoica? Entonces, los ronquidos, las miserias humanas, no serán, por supuesto, agradables, pero al menos dejarán de ser desoladoras.

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