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Renata.
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octubre 27, 2019 a las 5:16 pm #11485
Renata
ParticipanteAurora García Rodríguez, mi abuela paterna, mejor conocida como Mamá Aurora, fue la menor de ocho hermanos. Nació en el mes de marzo de 1925 en Las Gallinas, Municipio de Rayones, Nuevo León. Sus padres fueron Mamá Mariana y Papá Melchor (por tradición familiar así se han nombrado a los abuelos). Mamá Mariana fue una reconocida hierbera y partera de aquella región, la buscaban de muchos lugares solicitando sus servicios y llegaba con ellos ya fuera caminando, a caballo, o incluso con ayuda de un burro a atenderlos, mientras que Papá Melchor fue jornalero además de dedicarse a la crianza de chivos. Por esta última actividad tenían la necesidad de cambiar frecuentemente de domicilio y fue así como Mamá Aurora creció en Potrero de Abrego, Municipio de Arteaga, Saltillo Coahuila, lugar de donde conservaba innumerables recuerdos que con alegría compartía con sus nietos. Platicaba a modo de cuento que era la consentida de su padre, quien la paseaba arriba de un caballo y le daba las frutas más ricas de sus cultivos, además de que por sus múltiples travesuras la llamaba “chiva pinta”. Estudió hasta tercero de primaria y aprendió a leer y escribir, posteriormente se dedicó a auxiliar a su padre en la crianza de los animales y evitaba a toda costa las tareas domésticas por considerarlas aburridas. A la edad de 17 años, se casó con Sebastián Saucedo en Potrero de Abrego, la boda fue amenizada por los Montañeses del Álamo, quienes con polcas alegraron el evento.
Al nacer sus seis hijos (el segundo fue mi padre, quien además fue el único varón) decidieron irse a vivir a Saltillo, lugar donde estuvieron un par de años para posteriormente radicar en la ciudad fronteriza de Reynosa, Tamaulipas. Para poder mantener a la familia, el Sr. Sebastián trabajó como jornalero en Estados Unidos a donde viajaba diariamente y cuando regresaba a Reynosa, agotado después de un día intenso de trabajo, llegaba hambriento y era el primero en recibir los alimentos sustanciosos del día que había preparado Mamá Aurora, y una vez que terminaba, entonces sí, los hijos podían integrarse a la mesa. Así transcurrieron algunos años hasta que, en el año de 1965, aquel padre de familia salió a trabajar y ya no regresó. Decidió quedarse a vivir en el extraño país alejado de su familia, sin jamás volver a atender sus necesidades amorosas y materiales.
Para Mamá Aurora fue un choque emocional muy fuerte al sentirse desamparada, pero al verse rodeada del cariño de sus hijos, decidió trabajar con ahínco para poder subsistir. Empezó a vender comida en su casa, después pequeñas mercancías americanas y posteriormente manteles y colchas bordados además de suéteres tejidos que adquiría en Chiconcuac, Estado de México. Con el fruto de su trabajo y gran esmero logró construir su casa muy cerca del Río Bravo. Tenía un carácter muy fuerte, pues no quería mostrar debilidad ante la ausencia de un hombre a su lado, hablaba con un tono fuerte y decidido, era muy franca y la gente cercana a ella empezó a llamarle con respeto Doña Aurora.
Cuando sus hijos llegaron a la edad de la juventud, dejaron de vivir a su lado, mi padre por ejemplo decidió buscar suerte en la Ciudad de México donde se estableció y formó una familia. Y así, cada una de sus hijas dejó aquel lugar construido por ella. Sin embargo, le visitaban con frecuencia acompañadas de sus familias. Nosotros, los más lejanos, estábamos con ella dos veces al año durante las vacaciones. Fue así como la fui conociendo, era muy amorosa con sus nietos a quienes arrullaba en su mecedora cantándoles una canción y solía frecuentemente reír a carcajadas cuando algo le divertía. Me deleitaba al escuchar sus travesuras de infancia, sus enamoramientos de juventud, sus alegrías al momento de ser madre, pero también fui entendiendo su tristeza, dolor y coraje cuando comentaba que su esposo le había abandonado.
Mi conexión con ella fue mayor cuando se enteró de mi embarazo y que además yo sería mamá soltera, decidió volcar aún un mayor cariño y atenciones hacia mí. Mostró una gran felicidad al enterarse que seríamos comadres por ser la madrina de mi hija, su primera bisnieta. De manera reiterada hablaba conmigo y me decía que, aunque no lo advirtiera, una gran fortaleza radicaba en mi interior y que eso me permitiría salir a flote de las adversidades. Al paso de algunos años decidió cambiar la forma de nombrarme, en mi infancia me llamó “la güera Chabela” pero ya como comadres me llamó “comadre cabrona”, pues estaba orgullosa por lo que entonces había logrado en mi desarrollo profesional.
Con el paso de los años noté que el coraje que antes había mostrado al hablar del señor que la había abandonado se había transformado en compasión, pues hace 10 años cuando él ya era un anciano, decidió recibirle en casa como visitante y advirtió su soledad y abandono, pues a diferencia de lo que ella había pensado, el jamás volvió a casarse y tampoco tuvo más hijos. Decía entonces que recibía a un amigo.
Hace cuatro años, Mamá Aurora partió de este mundo terrenal a la edad de 90 años, no sin antes hablar conmigo y pedirme que nos quisiéramos y cuidáramos como familia y le solicitó a mi madre le pusiera muy cerca de su corazón un prendedor de ángel que yo le había obsequiado, quiso realizar el último viaje acompañada de algo que simbolizaba nuestro cariño.octubre 28, 2019 a las 3:44 pm #11487Gabriel Schutz
SuperadministradorMe resulta muy interesante notar que, en el caso de varias mujeres (pues he dado este taller en distintas ocasiones, de manera presencial), el pilar ancestral es una abuela, en general una mujer de carácter arrollador, que tiene que hacerle frente a algún infortunio y sobrepuja con enorme dignidad las adversidades. En este caso, desde que leí que el marido de Mamá Aurora la había dejado, pensé de inmediato en tu texto anterior, “Renacer” (también pensé que Renata ha de significar “renacida”), en cómo la vida se repite a lo largo de las generaciones, porque te había tocado vivir una situación más o menos similar, y en cómo eso podía ser parte de los motivos que te movieron a escoger a tu abuela. Y por lo visto, así fue, o quizá fue al revés: tu abuela te escogió a ti para impulsarte, a su modo, a través de su experiencia.
Es un texto precioso, escrito con claridad, fluidez, delicadeza, sin ornamentos innecesarios, que permite entender un poco a tu abuela y, por supuesto, entenderte un poco a ti. Me pregunto y te pregunto si el proceso de escritura trajo aparejado algo de esto.
Lo más sorprendente para mí fue la penúltima escena (o referencia), cuando Mamá Aurora ve que aquel hombre no se casó ni tuvo familia y constata que ha vivido toda su vida con una fantasía equivocada (que es, más o menos, como vivimos la mayoría de nuestras vidas: llenos de fantasías equivocadas). Esto, a la vez, desplaza el interés hacia ese otro personaje, que un día se fue, como los hombres que dicen salir a comprar cigarrillos para no regresar. Pero lo impactante es que tu abuelo no se fue no por otra (¿o sí y no se supo, no lo confesó?), sino por hastío, hartazgo, impotencia, no lo sabemos: nunca lo sabremos. Es infinitamente opaco.
Todo esto me recuerda a dos cuentos, de dos autores estadounidenses enormes, que, además, eran amigos entre sí. Creo que te interesará leerlos, los dos son textos breves. El más directamente relacionado corresponde a Nathaniel Hawthorne y se titula “Wakefield”; según Borges, es el mejor cuento jamás escrito. Verás cuán íntimamente relacionado está con la historia de tu abuela, pero sobre todo, de tu abuelo, ese personaje opaco, inextricable. El otro personaje opaco e inextricable, pero por motivos distintos, lo retrató Herman Melville en su glorioso “Bartleby, el escribiente”. Se consiguen los dos libros fácilmente. De Bartleby hay traducción de Borges (creo que la editó incluso la Gandhi); “Wakefield” suele venir con otos cuentos de Hawthorne. Ya me contarás si te aprovecha.
Hermoso trabajo, Renata. Felicitaciones.
octubre 29, 2019 a las 3:27 pm #11504Renata
ParticipanteEfectivamente, mi nombre significa renacer, acción que se ha manifestado en algunos momentos de mi vivir.
Jamás había pensado en la posibilidad de que mi querida abuela me hubiera elegido, y el poder vislumbrarlo ahora me llena de regocijo. Además, el escribir de ella y recordar con detalle algunos pasajes de su vida me ha hecho aun mas evidente la similitud de nuestras vidas.
Muchas gracias por sus palabras y los textos recomendados, trataré de conseguirlos próximamente. -
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