Etiquetado: Entrelazamiento, familia, ordo amoris
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Gabriel Schutz.
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abril 30, 2022 a las 7:43 pm #15760
Gustavo Hernández
ParticipanteMi padre es la persona con la que más convivo, sin embargo, no hablamos mucho. Ambos somos parcos como un telegrama.
Mi padre, junto con mis dos tíos, fue criado por mi abuela en un hogar donde su padre fue una persona ausente en todo sentido: ausente en lo corpóreo y en lo reflexivo. Su padre no vivió la infancia de sus hijos porque estaba en Estados Unidos; cuando regresó, encontró que los bebés ya eran unos adolescentes rebeldes a los que era necesario impartir una aleccionadora educación a base de gritos y golpes. Mi abuelo pensaba que mi abuela no había hecho un buen trabajo educándolos mientras él no estaba, de modo que sentía que era necesario imponer una severidad draconiana.
Siempre me resultó un enigma el por qué mi padre nunca me golpeó, y ahora me respondo que es gracias a mi abuela, su madre. Ella, quien también me educó a mí, no me trató con gritos ni golpes. Mi abuelo sí lo hizo: me dio la misma educación espartana que a mis tíos.
Mi padre y yo escuchamos más a mi abuela que mi abuelo. Mi abuela era más razonable y amable mientras que mi abuelo era un tirano. Tendía a perder el control y a frustrar si si las cosas no salían como él quería, como él decía.
Mi padre adoptó la postura de mi abuela. El llama a esto «conservar la sangre fría». Me parece que más bien quiere decir que es preferible ser razonable, pues no veía que su padre lograra algo perdiendo los estribos o golpeando personas.
Yo no tuve madre. Viví con ella hasta los seis años. Ella era como mi abuelo: una persona que golpeaba y gritaba, por lo que mi padre, sabiendo lo que era aquello, me llevó a vivir con él, pero luego me encomendaría con mis abuelos donde experimenté lo mismo que mi padre y mis tíos: la ausencia de un padre.
Al haber vivido con los mismos padres, mucho me parece que mi padre y yo heredamos una antítesis: mi padre se quedó con el desorden de mi abuelo, y yo con el orden y la organización de mi abuela. Sin embargo, es curioso cómo mi padre logró ser organizado y ordenado para llevar su vida personal en historiales y bitácoras, y hacer lo que necesita hacer viviendo al día; mientras que yo, por muy organizado que sea, tiendo a procrastinar en lo personal, pero mi casa es como un museo donde cada cosa está en su lugar.
Hay otra antítesis: el trabajo . uno de mis tíos y mi padre heredaron de mi abuelo un ansia infatigable por el trabajo que caracteriza a mi abuelo aun ahora que sobrepasa los ochenta, mientras que mi tío restante y yo somos más como mi abuela, una mujer que entendía que el trabajo es necesario, pero no a costa de la tranquilidad del cuerpo.
Mientras que para mi abuela existían tres tiempos en el día (ocho horas de trabajo, ocho de dispersión y ocho de sueño), para mi abuelo sólo existen dos: dormir y trabajar. He ahí el conflicto entre mi padre y yo. Él me considera perezoso por no trabajar más de ocho horas; cree que las horas de dispersión son una pérdida de tiempo porque no me dejan dinero, sobre todo porque las paso escribiendo, leyendo, jugando videojuegos o reflexionando, en fin, haciendo las cosas que me gustan. Cree que si uno quiere descansar debería hacerlo en el panteón, ignorando que los muertos no descansan. Por mi parte yo he considerado que mi padre es el caballo Bóxer de Rebelión en la granja: siempre trabajando para que otros terminen por disfrutar de su esfuerzo, y todo para que al final no se lleve nada.
Mi padre se preocupa por el dinero porque quiere una solvencia tal que le permita sobrellevar las posibles enfermedades y la vejez, así que cree que yo también debería. Aunque también es un excelente administrador debido a que mi abuela, al afrontar una vida de carencias desde la niñez, no quería que sus hijos pasaran por lo mismo, y es comprensible, por lo que mi padre entendió que no sólo era necesario ahorrar el dinero, sino también hacerlo crecer mediante inversiones, negocios y compra de inmuebles. También esto lo entiendo, sólo que mi padre, quien ya no vive en tiempos de escasez, todo le parece caro (excepto cuando se le antoja algo). Es como si se hubiese quedado programado.
Mi abuelo vive la vida con urgencias. Su palabra más conocida es «urgente». Mi abuela no. Ella prefería vivir con calma en lugar de la ajetreo infundado por la convención. El resultado de esto es que para mi padre resulta apremiante vivir, pero al menos se concede pausas.
Para mi padre es complicado coger un libro, pues dice no tener tiempo para leer; no encuentra el momento apropiado. Me parece que esto se debe a la vida binaria de su día a día: trabajar y dormir. ¿En qué momento podría leer si no existe uno para el cultivo de sí? Me responde que todas esas cosas las hará a partir del próximo año cuando se jubile. Qué tarde es empezar a vivir precisamente cuando hay que dejar de hacerlo. Creo, igual que Séneca, que el tramo final de la vida ya no es vida, sino tiempo: ya no es lo que vivimos, sino lo que nos queda.
Me pregunto si me gusto por estar solo no se deberá, en realidad, a qué, en el fondo, no me siento capacitado para vivir con alguien más, quizás porque tengo en alta estima el tiempo que paso a solas, de modo que no quiero que alguien más se sienta abandonado sólo porque a mí me gusta estar conmigo mismo. Me respondo que no, pero ahora, con este ejercicio veo que hay un entramado bastante intrincado que proviene de un pretérito más remoto que mi propio nacimiento.mayo 6, 2022 a las 11:25 am #15767Gabriel Schutz
SuperadministradorMagnífico trabajo arqueológico. Has podido remontarte a tus abuelos paternos para examinar, con enorme lucidez, las afinidades y contrapuntos que han derivado de allí, a través de la relación con tu padre, revisando distintos aspectos.
Creo que, en relación a las preguntas finales que te formulas -y seguramente también en relación a otros ámbitos-,está entrañada muy fuertemente la ausencia de tu madre y del linaje materno. Quiero decir con esto que, a la hora de explorar las herencias que confluyen en el propio carácter, las ausencias tienen también, como sin duda sabes, una fuerte impronta.
Te felicito por la profundidad y agudeza del texto.
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