Es cierto que la extranjería es, fundamentalmente, sentirse extranjero del tiempo que toca, quizá antes que del espacio. Esto se experimenta a veces como angustia o tedio o irresolución acerca de cómo habitar el instante. Y eventualmente, en lugar de “hacer tierra”, regresan los condicionamientos, los círculos ya recorridos, la repetición de lo viejo, porque no se es capaz de percibir la novedad irrepetible que trae cada momento.
¿Por qué aludir únicamente a la devastación del todo y no también a su creación, puesto que todo lo fenoménico, todo lo que existe de manera manifiesta, surge y cesa, se genera y se corrompe, pero no sólo cesa y se corrompe?