fbpx
Viendo 4 entradas - de la 1 a la 4 (de un total de 4)
  • Autor
    Entradas
  • #11822
    azul7verde
    Participante

    Los primeros recuerdos que tengo de mi tía Ángela son en su casa, una pequeña nube de 30 o 35 metros cuadrados. Subir a su primer piso era caminar sobre la única parte de toda la vecindad donde había mosaicos blancos en el suelo, que siempre brillaban. Abrir la puerta era hacer flotar una pequeña cortina de encaje y despertar los racimos de campanillas y cascabeles.
    Cruzando el portal había una sensación de bienestar instantánea. Te recibía el olor a limpio, al aire fresco que circulaba en sus paredes, el olor de su perfume y el olor a ella.
    Recuerdo el silencio una vez dentro. Un oasis de la ciudad. Recuerdo la sensación de vacío, como si hubiera muy pocas cosas, más muros blancos que cosas, pero a la vez se apreciaba el orden, que todo tenía su lugar.
    Sin saberlo, a aquella edad, percibía que menos es más.
    Sin saberlo, me di cuenta que lo que veía en la casa me permitía leer cómo era ella. Sus valores, su búsqueda de excelencia, su exigencia personal, estaban escritos en la armonía con la que disponía su atmósfera, en el equilibrio de proporciones, hasta en sus rituales para dejar entrar la luz y circular el aire.
    En contraste con su lado minimalista, tenía varias colecciones. Le gustaban las cosas pequeñas, brillantes, divertidas, originales. Tenía sus joyas en cajitas, preparadas con antelación para cada día, llenas de colores, cuentas, lentejuelas y de confección elaborada. Ella había estudiado alta costura, entonces sabía elegir las prendas y artesanías.
    Coleccionaba también adornos para las temporadas especiales. Cuando las estaciones cambiaban, también lo hacían las decoraciones, escondidas hasta en rincones como la toalla para las manos. En septiembre eran banderas y guirnaldas tricolores; en octubre, calaveras; en diciembre, coronas de pino, piñas, botas y un diminuto “nacimiento” con juguetes de los sobrinos donde convivían dinosaurios y leones.
    Cuando la visitábamos nos enseñaba sus nuevas adquisiciones, una niña que te muestra sus juguetes nuevos, que te comparte dulces. Y siempre tenía al alcance de la mano los materiales con los que trabajaba en el momento: origami, tejidos y costuras, filigranas, cuadernos de ejercicios, libros de japonés, francés, inglés… Siempre estaba inscrita a diferentes clases, siempre algo nuevo. Y nos decía que le gustaba compartirnos lo que aprendía.
    También siempre se iba o volvía de viaje. Poco a poco fue recorriendo la República. “Hasta que el cuerpo me pueda llevar”. “Ahora que puedo”.
    Cuando éramos niños, los primos, nos llevaba de excursión, aunque fuera al Zócalo, a un parque, a un museo. Debíamos levantarnos temprano para bien exprimir el Sol. Preparaba un almuerzo y preveía una bolsa de nueces o frutas. Pasábamos grandes días con sólo dos billetes de metro y unas monedas para el pesero. Aunque éramos pequeños, nos enseñaba el camino de vuelta y al llegar a nuestro destino nos indicaba el punto de reunión, por si nos separábamos.
    Más tarde, con la edad, sus recomendaciones se elaboraron y conocí el peligro del metro, del transporte público, me grabé su automatismo de cambiar aleatoriamente de trayecto, de elegir diferentes vagones, de preferir el pasillo a la ventana.
    Y fui conociendo el mundo.
    Escuché las opiniones que los demás tenían de ella: la loca, la bruja, la que vive sola, aislada, sin pareja, sin hijos, sus hábitos raros, sus ideas piradas, sus maneras de hablar y de responder. Y no entendía por qué no veían lo que yo veía.
    Al otro extremo de la vecindad, vivían las 4 hermanas de mi abuelo (las tías abuelas de Ángela). Juntas toda su vida, siempre solteras. Cuando éramos niños, ver a todas estas mujeres que habían elegido no casarse, no tener hijos, y que eran tan sonrientes, talentosas y que contaban historias fantásticas, pensábamos que eran decisiones simples, tan válidas como elegir té o café. Con la edad, uno va hilando las historias ocultas de la familia.
    Supe del alcoholismo del abuelo de Ángela, de la violencia hacia su mujer y sus 6 hijos, hasta que uno de ellos tuvo que crecer, enfrentarlo y “correrlo” de casa.
    Luego, él mismo (el padre de Ángela) tuvo 6 hijos y, al parecer, otra familia. Su hermano (el tío de mi tía) golpeaba a su mujer; su hijo (el primo de mi tía) violentaba a su mujer y a su hija, además, también tuvo otra familia; su hija (la prima de mi tía) fue golpeada, incluso estando embarazada. Y así continúa la lista de familiares violentos o violentados. Y supuse entonces que la decisión de mis tías no había sido tan simple y transparente como lo pensábamos de niños.
    Comprendí el rechazo de mi tía hacia ciertas convenciones. El enojo. Las consecuencias de expresar directamente lo que pensaba, lo que veía que estaba bien o mal. La fricción. Las diferencias. El aislamiento.
    Recuerdo, en ocasiones cuando los demás hablaban mal de ella, que yo miraba hacia una de sus ventanas para ver si había luz. Me preguntaba qué estaría elaborando en esos momentos y fantaseaba con atravesar las calles para entrar en su mundo de nube.
    Y es que en su casa conocí el placer del silencio, de la soledad.
    Todavía más tarde advertí que había otras personas de la familia que sí veían lo que yo veía, quienes apreciaban sus conocimientos, sus historias, quienes la visitaban por su opinión o su ayuda cuando querían emprender un proyecto.
    Hoy, cuando me veo en el espejo y veo que tengo más y más canas, pienso en su cabello blanco, en su negativa por continuar a pintárselo, y me da menos miedo el futuro si imagino el panorama que me espera. Fantaseo con un pequeño espacio, que organizaré con su equilibrio, pensando en su armonía, donde tendré libros, cuadernos de ejercicios, objetos de viajes, regalos para las visitas. Y cuando me mire en el espejo, encontraré en el reflejo la suma de nuestros rostros con un marco de copos de nieve en el cabello.

    #11823
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Qué hermosura de texto… Y qué hermoso lo que hay detrás del texto, la sobrina que de alguna manera homenajea a su tía. Si miras los ejercicios hechos por otras personas en este taller, verás que todas son mujeres que hablan de mujeres, y me parece maravilloso, porque, siendo yo extranjero y viniendo de un estilo de familia muy distinto de las tradiciones familiares mexicanas, encuentro esta clase de personajes femeninos, fuertes, enigmáticos, con una soberana independencia de criterio, una sabiduría forjada a fuerza de romper con costumbres, a fuerza de enojos y dolores y amor. Me pregunto si estas mujeres fuertes serán también una influencia decisiva en sus descendientes varones. ¿Les llegará su mensaje? ¿Es cosa de mujeres, un linaje femenino que se transmite con gestos sutiles?

    Más allá de esto, que es un comentario general, me parece muy lograda la manera como vas pintando al personaje, empezando por el espacio, por lo que se siente al ingresar allí. Me era imposible, mientras leía las primeras líneas, no pensar en los estoicos (en su austeridad, en esa idea de cultivar un jardín interior, que, en el caso de tu tía Ángela, se expresa en ese pequeño espacio tan minuciosamente cultivado) y en el minimalismo japonés, en la sensibilidad nipona para las estaciones y sus cambios… Lo último se vio confirmado hasta cierto punto.

    No puedo dejar de pensar, como papá que soy, en esas indicaciones sobre cómo moverse en la vía pública, en la elemental sabiduría práctica que es saber viajar, porque es una alegoría de saber vivir, y tú tía parecía tener eso muy claro, tener clara la importancia de transmitirlo…

    Quizá lo más interesante es cómo se va desvelando este personaje, que al principio tiene algo de hada o, como bien apuntas, de bruja, en todo caso un halo mágico, para imprimirse, luego, la mirada adulta que comprende desde un ángulo donde las decisiones no son sólo travesuras o raptos de sensibilidad estética, sino renuncias dolorosas, aislamientos donde la elección y la necesidad se confunden y ya no es clara la proporción entre una y otra. Pero ¿no es así siempre? Carácter y destino. Aquí, en tu texto, empiezas por el carácter y terminas, hasta cierto punto, en el destino, pero la amalgama de los dos es una danza ambigua, que está muy bien labrada.

    Y finalmente, tu tía Ángela como modelo de valentía, cómo una idea o un estilo de habitar (nada menos). El texto me deja un calorcillo, una inspiración. Me habría gustado conocer a Ángela. Me alegro de haber accedido a un destello de sus días por medio de tu muy buena pluma.

    #11836
    azul7verde
    Participante

    Justo ahora releyendo todo lo vivido en el curso me vino una pregunta. Por lo que he visto, en mi familia y entre mis conocidos de México, sí hay un lazo bien fuerte hacia las mujeres de sus familias, hay algo de mágico o místico. Y eso no lo he visto, hasta ahora, acá en Francia o en Canadá. Cuando dices que vienes de un estilo de familia muy distinto, me da curiosidad por saber, desde tu perspectiva, ¿en qué es distinto este estilo de familia en tu país?

    #11837
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Me refería al hecho de que Uruguay es, precisamente, un poco más afrancesado, o quizá europeo, y las familias promedio no son de muchos hijos, como es o fue el caso en México por mucho tiempo. Tengo la impresión de que allá la violencia doméstica, los abusos, si bien existen, son un poco menos frecuentes, y, para decirlo en términos muy mexicanos, no hay ese mueganismo dominical (y no dominical). Es un estilo de familia más pequeño, más modesto o más sobrio, en cierto sentido (no digo que mejor o peor, por supuesto). Por último, Uruguay ha sido tradicionalmente un país ultralaico, a diferencia de la poderosa religiosidad mexicana, entonces no hay tantas celebraciones tradicionales, la vida ritual es exigua o casi nula.

Viendo 4 entradas - de la 1 a la 4 (de un total de 4)

Debes estar registrado para responder a este debate. Login here