Cuando yo realicé este ejercicio era casi la media noche de un jueves, no estaba preparado y ya era imposible conseguir una pasa, por ello abrí mi refri y corté un pedazo pequeño de mamey, era lo que más tenía a la mano.
Mamey en mano llevé a cabo la práctica y lo cierto es que fue una experiencia muy particular, me sorprendí de los aromas que casi había olvidado, también del sabor y de la sensación en las yemas de mis dedos, no recuerdo cuando fue la vez anterior a esta en que sentí algo con las yemas y no con la mano entera.
El sabor en mi boca del mamey fue lo que más me sorprendió, cuando yo vivía en casa de mi mamá ubicaba cierto sabor y cierto olor a esa fruta, desde que vivo solo, el mamey suele “saberme seco”, lo compro para hacer licuados porque ya no consigo comerlo solo, por la misma razón, no me sabe dulce pero hoy, ese pequeño pedazo volvió a saberme como el mamey de mi juventud y mi infancia, fue muy extraño pero, igual logré ignorar el celular mientras sonaba (alguien me mandaba mensajes), estaba mucho más enfocado en el sabor de la fruta que realmente estaba gozando.