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  • #11127
    AngelaEstrada
    Participante

    Hola
    I)Si me auto-observo, lo hago siempre, ya no recuerdo cuando inicié; en realidad son monólogos, pero lo siento como diálogo porque le hablo a mi cuerpo, lo animo todo el tiempo, me cuesta mucho levantarme de mi cama, salir a trabajar o resolver cuestiones cotidianas. Lo animo porque se enfermó y le digo que no es culpa suya ni mía, que nos tocó esa condición. Procuro hacerlo realmente hablando y no sólo pensando, me funciona mejor. Lo hago suavemente, que no suene a grito, regaño o demanda, en tono de convencimiento. El diálogo con mi propio cuerpo es el más frecuente; sincronizar con él mi mente es el reto más grande en mi vida cotidiana, todas las interacciones con lo externo a mí, con los otros y la adversidad o estrés que pueda generarme es absolutamente secundaria. Ahora bien, en esta relación, lo que depende de mí, es mantener la calma, mi paso y mi ritmo, sin forzarme demasiado al grado de que no me permita disfrutar. Lo que no depende de mí es el estado en que mi cuerpo amanezca tal o cual día, hago lo que está de mí parte para prevenir, consciente de que es sólo una parte, la mía. Además, debido a mis tiempos y ritmos distintos, en ocasiones, las personas con las que interactúo se molesten y hacen comentarios o gestos desagradables; intento no sentirme afectada por eso, pero no siempre lo logro.
    II)En relación a la anticipación, la más frecuente despreferida es de este tipo: debo tener presente que las personas se irritan porque ellas caminan y se desplazan más rápido; que es entendible se desesperen al interactuar conmigo, pero que no es personal, ya que me juzgan según su situación. En cuanto a la preferida me recuerdo que: debo poner un límite a la lectura, porque si no lo hago se me complican el resto de las actividades del día y termino durmiendo poco. En este caso si depende de mí, puedo poner remedio porque soy responsable y reconozco que mi avidez lectora hace que pierda la noción del tiempo y eso significa que me retrase en otras tareas y actividades. He llegado a entender que es una forma de procastinar; no obstante, sigo enganchada en la lectura más tiempo del que debería. Me gustaría poder jubilarme de mi trabajo y dedicarme más tiempo a leer lo que me gusta.
    III) En cuanto a la evaluación vespertina: tengo una conversación conmigo al final del día, aunque la hora puede cambiar cada día dependiendo de las contingencias. Le hablo y le agradezco a mi cuerpo porque se esfuerza, le digo de viva voz lo agradecida que estoy al final del día. También agradezco a las personas que me acompañan en distintas actividades, especialmente agradezco su amorosa constancia y su paciencia, su solidaridad. Casi siempre me disculpo cuando por motivos como la avidez por la lectura interfiero en su tiempos y agendas. Me propongo hacerlo siempre.
    Gracias por leerme. Buenas noches.
    Ángela

    #11393
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Me interesa lo que compartes, Ángela, gracias. Alguien que debe vivir, cada día, con un cuerpo que ha enfermado y lidiar con eso en, por lo menos, dos niveles: las sensaciones corporales desagradables (el dolor, la fatiga, la lentitud) y las consecuencias que esa condición genera en los otros. Me parece interesante esto que mencionas de hablarle a tu cuerpo, como si fuera otro y al mismo tiempo algo muy cercano, y que lo hagas en voz alta: sin duda esa clase de soliloquios, no sólo no son signos de algún “desequilibrio” (“Habla sola”, “Le habla a las paredes”), sino que, en mi propia experiencia, constato que son una fuente de salud. Es una práctica que posiblemente te ayude a conscientizar que tú no eres tu cuerpo, o que, como dirían los estoicos, no eres en último caso tu cuerpo; quizá más que sincronizar cuerpo y mente, se trata de que la mente pueda mantenerse ecuánime ante los cambios de estado del cuerpo. Cuando se trata de un cuerpo que exige mayor atención, como quizá es tu caso, la práctica es más desafiante, la posibilidad del aprendizaje, mucho mayor. Siempre, entre más duras son las condiciones, mayores son las posibilidades de llegar lejos en cuanto a aprendizaje.

    Observo que tu análisis de lo que depende y no depende de ti es lúcido y la respuesta que intentas generar ante la situación dispreferida es seguramente la mejor posible: comprender al otro, su situación, lo que en budismo se llama compasión (karuna) y que no tiene nada que ver con sentir lástima por alguien, sino, realmente, comprender desde qué lugar esa persona obra, dice, calla, etc. Por supuesto que, aunque la disposición para responder compasivamente esté, y esté firme, a veces no lo logramos. Y basta con haber dormido mal o estar fatigado, situaciones éstas que nos vuelven más irritables y nos restan lucidez.Como habrás notado, todo el asunto es mantener una lucidez plena. La lucidez es, cognitivamente hablando, lo que afectivamente llamamos ataraxia: imperturbabilidad. En la segunda semana se abunda mucho más sobre esto.

    Me parece también interesante que detectes avidez (la palabra es muy justa) en relación a la lectura. A veces uno piensa que es mejor ser ávido de ciertas cosas que de otras, pongamos, de libros que de caramelos, y en cierto modo sí, pero al mismo tiempo el problema no es tanto el objeto sino la disposición con que nos acercamos, es decir, no el libro o el caramelo, sino la avidez como tal, porque, como bien intuyes, eventualmente oculta otras cosas. Si, pongamos, una tarea te resulta tediosa y, en lugar de hacerla, lees ávidamente, el problema no está en leer (ése es el “síntoma”), sino en lo tediosa que es la otra tarea. Y es casi seguro que entre más tediosa, mayor sea la avidez por fugarte. En suma, que la avidez es signo de algo. Y no importa que sea una avidez muy ilustrada: es avidez. Por eso digo que es muy bueno que la detectes y notes las consecuencias que puede generar, y la hagas así consciente, y puedas, eventualmente, ver qué hay debajo de eso, la procrastinación, etcétera.

    Por último, en cuanto a la evaluación vespertina: nada como la gratitud y qué bueno que tú tengas ese hábito. Si es un acto genuino, agradecer da pleno sentido a todo lo que ha pasado en el día. Y es interesante observar que, bajo el resplandor de la gratitud, lo “malo” y lo “bueno” se desdibujan: todo lo externo es de algún modo atesorado (salvo en casos extremos, claro), así haya sido agradable, desagradable o neutro, es decir, preferido, dispreferido o indiferente.

    Muy bien, Ángela. Sigo aquí en lo que pueda apoyar.

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