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  • #12315
    almazuela
    Participante

    i. El camino de vuelta a Ítaca está hecho de migajas. ¿Soy el animal hambriento que instintivamente engulle sus propias migajas, el animal que se deja a sí mismo desprovisto de camino?

    ii. En momentos así puedo sentir el flujo de mi sangre. Palpitaciones. Calor. Rubor. ¿Es así como se siente pararte frente al espejo y hallar tu propia miseria? Después nos miramos a los ojos y decidimos resolver juntas el misterio.

    iii. ¿A quién repito en mí? ¿Quién se repite en mí? ¿Cómo detener la repetición de esta quimera con el rostro de ellos? Aprendí que sólo abrazándola puedo responderme. Es acéfala, pero danza al compás de nuestros rostros: ellos repitiéndose en mí, yo repitiéndome en ellos. La quimera se llama familia y también desarraigo.

    iv. Siento que habito el mundo en una extraña combinación de temporalidades. Tal como si percepción fuese sinónimo de recuerdo. Traigo la infancia en la superficie de la piel. Me ocurre en diversas circunstancias, incluso al barrer. Esta tarde mientras barría mi cuarto recordé las palabras-ritual que mi madre me repetía cada que me tocaba barrer: “Hazlo bien. Cualquier cosa que hagas, hasta barrer, tienes que hacerla de la mejor manera. No importa si vas a ser doctora, abogada, psicóloga, estilista o barrendera, cualquier cosa que elijas hacer tienes que tratar de hacerla lo mejor que puedas”. Me pregunto tanto ahora: ¿Qué es “hacer bien las cosas”? ¿qué me indica si las estoy haciendo bien? ¿cómo saber que he llegado al límite de lo “bien hecho”? ¿se puede ir más allá del límite de lo “bien hecho” y, por exceso, transformarlo en algo “mal hecho”? Es probable que suene ridículo, pero, desde niña, paso la escoba quizás diez veces por el mismo rincón y, al final, termino dudando de cuán bien lo hice. Supongo que si la superficie fuera susceptible a dañarse, más que pasear rítmicamente la escoba por el mismo lugar, sería más importante hacerlo tan solo en su justa medida. Estoy segura de que esta especie de tendencia sería útil para alguien obsesionado con la limpieza. Sin duda, no es mi caso. Me pasa más bien cuando me dispongo a escribir para la escuela. Escribo y borro, escribo-borro, escriborro. Escriborrando llego pocas veces, decididamente, al punto final. Supongo que lo disfrazo de punto y aparte para ser capaz de teclearlo. ¿Cuál es la justa medida de la escritura? ¿Cuál es la proporción exacta para continuar viviendo en esta reminiscencia futura sin sentir que cada paso que doy hacia el frente me devuelve hacia atrás?

    v. Ex-presión

    #12317
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    ‘Texto’, hasta donde sé, proviene de la voz latina ‘texere’, tejer. Escribir es tejer y algo interesante de algunos textos-tejidos, en verdad de casi todos, es intentar elucidar, o al menos aproximarse al punto con que están tejidos. En tu caso, aparte de una notoria profusión de preguntas, lo que es en sí mismo interesante, porque exhibe la apertura propia del interrogar (más que la clausura de las respuestas rotundas o definitivas), observo que casi todos los textos acusan, por debajo de sus variaciones, las mismas hebras: regresar, repetir, borrar.

    En el primer texto, el camino es pensado en términos de regreso y el gesto parece ser querer borrar ese camino, pero al mismo tiempo con una sensación de pérdida. Esta tensión entre el deseo de borrar y no borrar, de regresar y no regresar, se replica, a mi parecer, en los otros textos. Ítaca es, en parte como en la Odisea, la familia. Cómo detener la “repetición” parece tratarse de lo mismo: cómo liberarse de los condicionamientos familiares, de la “compulsión a repetir”. Dices: abrazándola (a la familia). Bien, interesante. Pero ¿qué es abrazar? Está claro que borrar no se puede en este caso y que rechazar es estéril. ¿Cómo se abraza todo eso? Jung le llamaría “integrar”. Pero integrar no es dejarse atrapar por los condicionamientos, es sólo asumir aquellos aspectos que tendemos a negar de nosotros mismos (y que a menudo tienen el rostro de nuestros padres u otras figuras cercanas), aceptar que los tenemos, sin rechazarlos, pero sin dejarnos arrollar por ellos.

    Regresar, repetir, borrar. Si el pasado regresa constantemente, si la percepción es recuerdo (salvo en el sentido platónico del término), entonces la experiencia no puede nunca ser auténtica experiencia, nunca puede ser enteramente nueva, como lo es de hecho, pues esto, esto que sucede ahora, aquí y ahora, es realmente nuevo. Nunca más, nunca jamás, volverás a vivir este 7 de abril de 2020; vivirás otros abriles, otros martes, habrá algunas semejanzas, pero cada instante es estrictamente nuevo (y eso es realmente maravilloso). ¿No es eso de lo que habla el poeta Alberto Caeiro (Fernando Pessoa)? Pero si tú sólo percibes lo viejo, el presente se asfixia, no respira, todo es repetición.

    Quizá el gesto de borrar, de destejer el tejido, como Penélope, es porque no quieres ya tejer lo mismo (creo que ella tejía todos los días el mismo tejido, para destejerlo por la noche).

    Y el barrer, ¿no es un borrar? ¿No es curioso que la fuerza brutal, quizá desmesurada, de esa máxima de tu madre, dicha y repetida en el pasado, se manifieste en un acto que implica precisamente borrar rastros, o, para decirlo en los términos de tu primer texto, migajas? Como si al barrer quisieras borrar algo, pero sólo lo estuvieras reafirmando, pues borrar las migajas (que te regresarían a Ítaca) no puede cancelar la afección de tu pasado si el hacerlo, si el modo de hacerlo, responde precisamente a un mandato del pasado. ¿Ves la curiosa dialéctica que se establece en ese acto de barrer? ¿Será la misma que surge al escriborrar?

    Por lo pronto, aquí has escrito un texto valiente, inquisitivo, indudablemente bien escrito, sin necesidad de borrarlo todo, tal vez por el hecho de expresar todo esto. Lo aprecio y lo agradezco.

    En suma, ¿puedes ver el punto de tu tejido? ¿Puedes ver cómo se tejen las hebras del regresar, el repetir y el borrar?

    Yo he dicho lo que veo, y he intentado señalarlo, pero lo importante aquí es qué ves tú de todo esto.

    * Nota: la máxima de tu mamá, ser excelente en todo, serlo independientemente de lo que uno haga, poner el valor, no en el qué sino en el cómo, en la disposición, eso es lo que buscaban también los filósofos griegos; de eso se trataba, se trata, la areté, la virtud, la excelencia del carácter. Y por supuesto que el exceso la malogra. Si ya no hay migas, si no hay nada que barrer, lo virtuoso no es seguir barriendo, porque eso implica un desperdicio de tiempo y energía, y la excelencia atañe también a la economía de recursos. Observa cómo barren los monjes zen su monasterio. Son rápidos, precisos, excelentes (son japoneses); nada falta, nada sobra. Pero si tú barres en exceso es porque intentas hacer algo muy específico (algo simbólico, se entiende). ¿Qué es eso? Me parece una pregunta clave.

    #12344
    almazuela
    Participante

    Gabriel, te agradezco tu lectura atenta. Hacer este primer ejercicio ha sido tan estimulante como leer tu respuesta. Saber que alguien recibe una botella lanzada al mar es un bálsamo; sobre todo en estos tiempos tan vertiginosos.

    Me parece que entiendo abrazar precisamente como integrar. Abraz(s)ar. Abrasar no para regenerar, como el ave fénix. Abrasar la quimera para abrazar sus cenizas, para integrarlas al fuego por venir. Es inquietante que abrasar se una a las hebras de repetir, borrar y regresar.

    Se quedan dando vueltas en mi cabeza (i) la dialéctica de borrar y reafirmar y (ii) el entendimiento de la virtud como la economía de recursos. Veo, desde ahora, que estas dos pistas que me entregas me acompañarán a lo largo de las semanas restantes… Gracias, nuevamente.

    Continuamos.

    #12345
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Me alegra mucho saber que la repuesta te ha sido provechosa. Continuamos, saludos.

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